Medición de falos

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está dispuesto a pasar a la historia sea como sea. Su campaña electoral estuvo cargada de promesas irrealizables y de ocurrencias increíbles para cualquier demócrata europeo. Su defensa de la tenencia de armas, el supremacismo americano y la batalla contra la inmigración, con la intención de construir un muro en la frontera con México son algunas de las políticas que marcan la gestión de este empresario al frente del país más influyente del mundo.
A todo ello se añade su tono beligerante vía tuiter, que es como se comunica habitualmente con el mundo, con amenazas directas y sin disimulo diplomático alguno. Al estilo del niño de los famosos zumos, Trump siempre está dispuesto a llamar al ejército para solventar discrepancias sin importarle un ápice lo que pueda pensar u opinar la comunidad internacional.
Y en Corea del Norte encontró la horma de su zapato con un Kim Jong-Un dispuesto a cualquier locura con tal de mantener a su población subyugada y en alerta máxima constante y al resto del mundo con el corazón en un puño. El líder norcoreano presume de ser una potencia nuclear y de que su país está preparado para apretar el botón rojo que desataría una guerra de consecuencias inimaginables.
La respuesta de Donald Trump ante este desafío no fue la de tratar de solucionar las cosas a través del trabajo sordo de la diplomacia, ni la de bajar el tono de las bravuconadas, sino que su reacción fue que él, o sea, Estados Unidos, tiene un botón rojo más grande, por lo que tendría que andarse con ojo.
El debate de si el tamaño importa perdurará siempre en según qué foros y habrá quien diga que sí y quien defienda que no, pero a mí me resulta aterrador que estos asuntos tan peligrosos para la humanidad se banalicen y se conviertan en una cuestión de falos.
No, no piensen en eso de quien la tiene más grande. A lo que me refiero es al concepto que Sigmund Freud tiene de falo y de la sensación de que tanto Trump como King Jong-Un todavía se encuentran en la primera fase de este concepto en el que los niños piensan que todo el mundo tiene pene. Les queda, pues, un camino por delante para evolucionar en la teoría de la completud cuando se vean ambos desnudos frente al espejo.
Mientras, los misiles con cabezas nucleares apuntan a lugares habitados por personas inocentes que se verán afectados en menor o mayor medida en función del tamaño del botón rojo que, en caso de apretarse, solo dejará tras de sí muerte, desolación y barra libre para que todos los sátrapas y orates del planeta utilicen la ignorancia de su dedo para apretar el botón que da rienda suelta a las armas químicas.
Seguramente esto no ocurrirá, al menos quiero pensarlo, pero la escalada dialéctica está alcanzando unas dimensiones que solo pueden acabar en pelea a no ser que impere el sentido común.

Medición de falos

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