La figura del exministrable

No es lo mismo ser ex-ministro que ser ex-ministrable. Al fin y al cabo llegar a ser ex-ministro es la condición natural de todo ministro, de la misma forma que llegar a ser cadáver es el destino lógico que nos aguarda a todos los vivos.

La figura del ex-ministrable, en cambio, posee unas complejidades delicadas que cada afectado soporta con más o menos dignidad. Todo comienza con un leve rumor, que un amigo o conmilitón se encarga de hacer llegar al ministrable, con las tres palabras mágicas: “Suenas como ministro”. 

A poca inteligencia que posea el o la designada, negará con rotundidad, y hará muy bien en no creérselo. Pero el rumor se agranda e incluso alcanza a ese amigo sensato y prudente, que llega a corroborar que parece que sí, que suena a ministro/a. A partir de ahí las dudas se convierten en nerviosa espera, y el sonido del móvil o del fijo es origen de fuertes palpitaciones. 

Pasan las horas, los días, incluso pasan los autobuses, que diría Jardiel Poncela, y el ministrable cada vez está más desasosegado y más anhelante. En esas horas, en esos días, el o la ministrable observa como el afecto crece a su alrededor, e incluso encuentra ofrecimientos inesperados de conocidos que le insinúan que, en caso de que los rumores se confirmen, puede contar con ellos. 

Hay un momento en que hasta el más escéptico se rinde a la sanción que se ha establecido a su alrededor, y comienza a imaginar cuál será su cartera. Al fin se forma el gobierno y el ministrable no aparece en la lista y se convierte en ex-ministrable. 

Durante un par de días, no faltará quienes se dirijan al exministrable y le indiquen que tal ministro está muy por debajo de sus merecimientos. Sólo un par de días. Al tercero, el exministrable constatará lo incómodo de su posición, y la certeza de que ni siquiera podrá contar a los amigos cómo es un consejo de ministros.

La figura del exministrable

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