Retrato ácido y divertido

Dos días antes de terminar el año me fui al cine. Hacía tiempo que no me reía tanto viendo una película. Hacía tiempo que una película no me dejaba una sensación tan amarga. Hacía mucho, mucho tiempo, que no me tropezaba con una sátira tan despiadada y tan vitriólica como la que lleva a cabo José Luis Cuerda en “Tiempo después”.
Al principio parecen divertidas y deslavazadas estampas, con un toque surrealista, sin aparente cohesión, pero a medida que avanza el relato, y los personajes se identifican, te sumerges en la historia, te atrapa, te ríes, te carcajeas, y, después, sales del cine con esa sensación de que es muy difícil que las sociedades cambien, y de que siempre dejen de ganar y perder los mismos.
El director se comporta de manera imparcial y nada escapa a su mirada irónica: la monarquía, los políticos, los ciudadanos de a pie, la religión, los sindicalistas y hasta la juventud rebelde. No había tenido ocasión de contemplar a la juventud bajo ese prisma de esperpento que le imprime José Luis Cuerda y donde hace un dibujo exacto de esa palabrería revolucionaria de los jóvenes profesores universitarios, incapaces de un sacrificio, de esa pedantería definida por Unamuno como la del tonto estropeado por el conocimiento. Situada la acción en el futuro, sales del cine y te parece que sigues viviendo en el ambiente de la película, quizás porque valiéndose de lo que llamamos surreralismo, el director nos ha ofrecido la más realista de las películas. Película coral, claro, donde todos tienen memorables minutos de gloria interpretativa, y de la que horas después, incluso un par de días después, como me sucede ahora mismo, reflexiona y asocias, y te ayuda a pensar. Me niego a que sea el testamento de un cineasta tan inteligente. Gracias, José Luis, por haberla creado, pero te estaremos más agradecidos si no te despides.  

 

Retrato ácido y divertido

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