Casado y su concordia

pablo Casado le ha encontrado un nuevo nombre a la amnesia: concordia. Le suena muchísimo mejor. No todos los días se encuentra la fórmula para convertir un defecto letal, una brutal carencia, en una virtud. Tal es el poder de las palabras. Lamentablemente para Casado, la concordia sin memoria, sin el recuerdo y su digestión, no sólo es imposible, sino, en el caso que nos ocupa, España, un ardid tan inútil como despreciable.
A Casado, al PP, no les gusta la Ley de Memoria Histórica, y están en su derecho. No les asiste ninguno, en cambio, para considerar a los españoles como tontos de caerse o para condenarles de nuevo a lo que el fuego que ha devorado el Museo Nacional de Río ha hecho con los brasileños, dejarles sin saber quienes son, qué son, por qué, de dónde vienen. No una ley tan timorata y defectuosa como con la que el gobierno de Zapatero quiso remendar en parte el gran roto de la conciencia nacional, sino la memoria a secas, la personal y la colectiva, es lo que nos confiere la condición de personas, esto es, de criaturas inteligentes y vivas. La memoria sin limitaciones, tampoco en el tiempo, pero Casado pretende que los españoles sólo recuerden, por la cosa de la concordia según él, hasta la Transición.
Antes de eso, de la Transición, no pasó nada merecedor del recuerdo, según Casado. No hubo una guerra devastadora provocada por un golpe militar, ni emergió, a su rebufo, el hampa en todas partes, ni se creó en España un nuevo Estado sedicioso merced al concurso de Hitler y Mussolini, aquellos monstruosos miserables, ni los vencedores por las armas abolieron todas las formas de la libertad, ni se entregaron durante y después de la contienda a la erradicación salvaje, sistemática, física o moral, de los vencidos. No hubo 40 años de dictadura majadera, chabacana y corrupta, de regresión en todos los órdenes, de represión, de adoctrinamiento. No hubo cien mil tumbas innominadas de inocentes en los barrancos y en las cunetas, ni hubo impunidad, ni miedo, ni silencio. No hubo nada de todo eso.
Acertará quien sospeche del interés de Casado, y de ese PP que retoma sus más añejas esencias, en borrar la memoria, en borrar todo lo anterior al clavo ardiendo de la Transición, de la que no es cosa de enumerar ahora sus luces y sus sombras. Sin embargo, Casado se adhiere a éstas, a las sombras, a las que laminaron el recuerdo y aún lo nublan. Él lo llama, ¡cerebro privilegiado!, concordia.

 

Casado y su concordia

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