Cifuentes, ¿masona?


Cristina Cifuentes gusta, y ella sabe que gusta, pero por eso, porque gusta y lo sabe, no gusta a quienes más debería gustar, a sus correligionarios del PP, o, al menos, a los del sector más rudimentario del partido. O dicho de otro modo: la presidenta de Madrid, estimulada por la certidumbre de haber sido ella la que sacó las castañas del fuego a un partido necrosado por la corrupción en el gobierno de la región e instalado en el escándalo, ha debido suponer que ese aval, refrendado por su capacidad negociadora y su imagen civilizada, es suficiente para irse proponiendo como sucesora de Rajoy.
Y, en efecto, desde el cargo interno que ocupa, la presidencia de la gestora del PP de Madrid, ha intentado, si no tomar el cielo por asalto con su propuesta de primarias, sí sondear a la tropa. El resultado del sondeo es que su tropa no la quiere, sino solo los votos que cosecha. Basta echar un vistazo a la hemeroteca para recordar qué piensa el PP profundo de Cifuentes: atea, republicana, progre, animalista, masona...
La presidenta madrileña o no es ninguna de esas cosas, o si es alguna, lo es tenuemente, pero para el PP madrileño custodio de sus más rancias esencias, el PP de aquel concejal Matanzo, de Granados, de Romero de Tejada, de Aguirre, una mujer como Cifuentes debe parecer una roja. Lamentablemente para ese PP valetudinario, Cifuentes gusta y saca votos de debajo de las piedras, razón por la cual debe aguantarla y fastidiarse. Pero, ¿primarias? ¿Y que las gane? Hasta ahí podía llegar, y hasta ahí ha llegado, aunque será el tiempo el que diga la última palabra. El problema es que todos, Cifuentes también, andamos mal de tiempo.

Cifuentes, ¿masona?

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