¿Cómo se descifra esto?

clara Ponsatí, la exconseller de Educación que carece enteramente de ella, no es una miserable por haberse burlado de las personas muertas en Madrid a causa del Covid-19: ya lo era. Su espantoso tuit (“De Madrid al Cielo”) no descubre, pues, nada nuevo sobre esa mujer destartalada por el odio, como tampoco de su retuiteador Puigdemont.
Sin embargo, éstos tiempos sombríos sí que nos están permitiendo descubrir cosas nuevas, cosas bellas y cosas siniestras. En realidad, éste confinamiento, ésta pérdida de libertad, el tiempo suspendido, el miedo impreciso, el silencio mineral de las calles, el parte de bajas en los noticiarios, el mapamundi teñido de rojo, nos revela algo nuevo que no alcanzamos aún a descifrar. Nada es como era, ni lo que era, y las películas y las series en que la gente se refugia de la inclemencia global parecen hechas en otro planeta, y los anuncios de la televisión, desbordantes de criaturas moviéndose, riéndose, corriendo, bailando, amándose, divirtiéndose, y de bienes y productos que en nada se parecen al triste papel higiénico que la psicosis acopia, parecen exigirnos la búsqueda de un yo ignorado dentro del yo que hoy parece inservible, vano y hueco.
Ponsatí y Puigdemont nos traen en sus tuits y retuits, tan sólo, el eco de un tiempo que murió y no fue al Cielo, pero éstos días están llenos de cosas nuevas, o de cosas en las que nunca nos habíamos fijado, en lo que verdaderamente somos sin ir más lejos. Vemos al guardia salmantino que, pese a la rusticidad que emplea al afear a un transeúnte su indeseable presencia en la calle, se juega el tipo, pues no tiene ni mascarilla ni guantes, en defensa de la comunidad, pero también al tipejo que nos tose encima cuando nos aventuramos al ir al trabajo, o a por vituallas, o al cajero.
Tan vacíos nos sentimos en éste tránsito, que todo se nos mete dentro, esos médicos que en otros tiempos nos daban un poco de yuyu y hoy nos dan la vida, esas enfermeras maravillosas que no saben cuándo ni cómo volverán a casa, pero también esos turistas gilipollas que deambulan por ahí, entre los monumentos congelados, como si no pasara nada, o esos acaparadores de material sanitario a los que el ministro Illa ha dado 48 horas para que devuelvan el infame botín.
De Ponsatí no oímos nada nuevo, pero sí de la cerrada ovación a nuestros sanitarios que sale por las ventanas cada noche.

¿Cómo se descifra esto?

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