El bálsamo Vidal

Jesús Vidal, pese a su ceguera, ve lo que nosotros no vemos, pero la noche del sábado aprovechó su discurso de agradecimiento al Goya de mejor actor revelación para mostrárnoslo. Es natural que a todos se nos pusiera un nudo en la garganta, o, mejor, que sintiéramos que nos asfixiaba el nudo que bloquea de ordinario, matándonos, la capacidad de amar, se sentir y expresar el amor.
Jesús Vidal, hasta ahora uno de esos ilustres desconocidos que pueblan humildemente y en silencio, inadvertidos, este país y este mundo tan carentes de bondad e ilustración, no solo ama a sus padres con un fervor que estalla y se derrama al nombrarlos, sino que, por lo que sabemos de él, ama así cuanto se le pone por delante, pese a no ver aparentemente casi nada a causa de su ceguera. En realidad, lo suyo, lo que le “discapacita”, es una miopía magna que solo le permite ver lo que está muy, muy cerca, y ahí radica la clave de su genialidad afectiva, en la necesidad de acercarse mucho para ver las cosas. Y él se acerca, y las ve, y de cerca que las ve penetra en ellas, y anda, por ello, siempre enamorado.
Jesús Vidal no solo es, según pudimos descubrir esa noche, la de la primera gala elegante e inteligente de los Goya, un genio afectivo, sino que, por serlo, lo es también en relación a cuantas materias y disciplinas ha cultivado: actor, filólogo, dramaturgo, periodista. Todo ello viendo menos que un gato de escayola, pero acercándose tanto, tanto, tanto, que llega a ver lo que de amable tienen las cosas para quedarse con ello. Una película como “Campeones”, de “discapacitados”, en la que Jesús Vidal sobresale por la luz que irradia, nos ha proporcionado la dicha de descubrirle, y a él, de alumbrarnos en la noche.
Jesús Vidal nos hizo llorar con su parlamento afectivo, veraz, preciso, desinhibido, exacto, por mucho que la mayoría consiguiera enmascarar las lágrimas con hipos por el qué dirán, pues, por lo visto, llorar no es hoy cosa de hombres ni de mujeres. Ni amar. “Los prejuicios –ha dicho Jesús en una entrevista refiriéndose a los que sufren los discapacitados– son una gran incapacidad”. Así es, y la otra noche, mirándonos tan de cerca, vio que necesitábamos desprendernos de ellos, y nos puso a llorar. Gracias, lúcido e ilustre Jesús Vidal.

 

 

El bálsamo Vidal

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