El caso del bebé torturado

En tanto el bebé torturado en Pineda de Mar se debate en la UCI del Vall D’Hebrón entre la vida y la muerte, su verdugo confeso, su padre, se halla libre por estimar el juez, al parecer, que su monstruosa conducta no merece el inmediato ingreso en prisión.

El bebé torturado de Pineda se debate entre la vida y la muerte: a la primera le ata desesperadamente la respiración asistida, la medicación de urgencia, los cuidados del personal sanitario que le atiende y la natural tendencia orgánica a sobrevivir; a la segunda, a la muerte, todo lo demás. Y todo lo demás es demasiado: unos progenitores terribles (el uno, por su brutalidad; la otra, por su indolencia), y, en su cuerpecillo quebrado, las huellas de su crimen. Del lado de la vida, que tan aciaga se ha mostrado para el bebé en sus solos dos meses, tira la UCI y los médicos y las enfermeras que, concernidos más en el plano personal que en el profesional si cabe, pugnan por ofrecerle allí la salvación, pero del lado de la muerte, a la que le abocaron las brutales palizas de su padre, tiran las severas lesiones cerebrales a causa de los golpes, el desprendimiento de retina, los hematomas y las costillas destrozadas.

Pero el caso del bebé torturado de Pineda, en el que ojalá se obre el milagro de su total recuperación, no solo desvela el horror de la violencia sufrida por un cachorro frágil e indefenso a manos de quienes debieran amarle, cuidarle y defenderle, sino que acusa al sistema de su inoperancia ante el maltrato infantil. Al parecer, en visitas al médico anteriores a la última con el bebé agonizante, nadie detectó los signos de las sevicias que venía padeciendo, pese a ser estas la causa de su postración. Alguien, sí, entrevió algo y lo señaló en un informe, pero la burocracia, o la molicie, o la incapacidad, o la escasez de recursos, o todo ello junto se conjuró para no impedir la última paliza, la que ya nadie, porque el bebé convulsionaba y se moría, pudo ignorar.

No parece que este 2019, que apenas ha echado a rodar, vaya a ser un año más benigno que otros para los niños, para su seguridad y bienestar. En un pueblo de Málaga no se sabe cómo rescatar a uno de dos años que se cayó al fondo de un pozo de extracción estrecho y profundísimo que estaba abierto en el campo y sin señalar, y en Vilagarcía de Arousa otro bebé de 11 meses resultó herido al llevarse la peor parte de una pelea entre sus progenitores.

Los niños, nuestros niños, son de todos, y por eso andamos, con el corazón encogido, pendientes de los pitidos de la UCI, ideando formas de llegar al niño caído al pozo, restañando las heridas del bebé víctima de la reyerta parental. Y por ello, como padres y madres de algún modo comunales, no entendemos y nos horroriza la decisión del juez que ha dejado suelto al verdugo de ese bebé al que rompió todo.

El caso del bebé torturado

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