El voto del discapacitado

sos discapacitados no podían votar, y siguen sin poder en tanto no se apruebe definitivamente la reforma de la inicua ley que se lo impide. A los españoles afectados por algún tipo de merma o de disfunción psíquica se les ha reconocido desde siempre el “derecho” a vivir oscuramente, pobremente, aislados, estigmatizados, excluidos, pero no el de expresar en las urnas sus preferencias políticas, que las tienen, y muy probablemente hacia aquellos partidos, si los hubiese, que les defendieran de las inclemencias que les ha reservado siempre, particularmente a ellos, la vida.
Los discapacitados psíquicos españoles no podían votar merced a la ley ignominiosa que se lo prohibía, que aún se lo prohíbe hasta que el Congreso no rubrique su reforma, pero si ellos o sus familiares pugnaban por conquistar ese derecho robado, la Administración les propinaba, en gesto de extrema longanimidad, una humillación extra, la de someterse a un examen. ¡Un examen! Ni los ígnaros, que son legión, ni los zánganos, que también, ni los estafadores, ni los psicópatas integrados, ni los corruptos, ni los prestamistas, ni nadie, han tenido que hacer jamás examen ninguno que les facultara para elegir mediante el voto a sus representantes (de ahí que salieran elegidos tantos que les representaban perfectamente), pero sí las criaturas, en su mayoría de excelente condición, con las que la fatalidad en cualquiera de sus formas se había cebado.
Precisamente ellos, los que hoy llamamos discapacitados y antes de maneras más despreciativas y brutales, son los únicos que no han necesitado nunca examinarse de nada. Nosotros, el resto, acaso sí. No sólo los ígnaros, los zánganos, los estafadores, los psicópatas integrados, los corruptos o los prestamistas, que si queda en el mundo alguna justicia habrían de suspender en masa, sino todos, todos nosotros, los “normales” que llevamos un imbécil dentro y a menudo aflora al contacto con la urna, lo mismo precisaríamos pasar un examen de integridad moral, si es que no, también, de cultura general.
En vísperas de un alud de citas electorales, pues la inminente de Andalucía inaugura una maratón de comicios de toda laya, no estaría de más que el Congreso nos diera de una vez la buena noticia de que los discapacitados ya pueden votar. Ese sencillo pero esencial acto de ciudadanía, como el de abstenerse pudiendo no hacerlo si es su voluntad, los elevaría infinitamente más que la propaganda y la beneficencia que hasta hoy, solo eso, se les ha venido dedicando.

El voto del discapacitado

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