Lo que Vox blanquea

se acusa al Partido Popular y a Ciudadanos, no sin fundamento, de blanquear a Vox, pero poco se dice de lo que Vox blanquea, y ello pese a que el partido de Abascal es una potente lavadora de conciencias que las deja blancas como lo nieve conservando intacta y aun recrecida la mugre de su interior.
La clave del éxito de Vox (que semejante cosa obtuviera en las próximas elecciones media docena de votos ya sería un éxito) radica en su habilidad para convertir lo malo en bueno usando una suerte de alquimia zarrapastrosa pero enormemente eficaz. 
Escuchando a su líder, oímos el mecanismo de su función de lavado: coge los más bajos sentimientos de su potencial parroquia (comunes a todos los humanos, aunque en diferentes grados de desarrollo o de represión), los sumerge en una concentrada solución blanqueadora, los agita, los centrifuga, y ale, listos para introducirse de nuevo, ya sin el menor cargo, en la conciencia. 
O dicho de otro modo: coge el egoísmo, la falta de empatía, la ignorancia, el machismo, la intolerancia, el racismo, la xenofobia, la destemplanza y el cuñadismo más extremo, y sugiere que todo eso es bueno y necesario, que toda esa roña en la conciencia es albura deslumbradora.
Semejante receta, tan fácil, tan simple, tan barata, para sentirse uno confortado y orgulloso de sus propias miserias, es natural que concite la adhesión, y ya hasta el entusiasmo más desinhibido, de una buena porción del electorado. 
A todo el mundo le gusta creerse bueno, cojonudo, pero serlo ya es otra cosa, otro trabajo, y aquí es donde el electrodoméstico de Vox llega para liberar de él a sus seguidores y votantes. El invento se inspira en uno de los arcanos más constitutivos del imaginario de su líder, el tradicional y castizo mantra de “la caridad bien entendida, empieza por uno mismo”. Empieza y, he aquí la decisiva innovación para el éxito de la cosa en el siglo XXI, termina.
Uno flipa oyendo el raca-raca de esa lavadora, de esa blanqueadora de conciencias. Pero no sólo uno: tal vez ninguno de los participantes del debate del lunes salió al paso de las enormidades vertidas por Santiago Abascal (vertidas, eso sí, en tono angélico) porque estaban flipados y, en consecuencia, imposibilitados de reaccionar. 
Incluso Pablo Casado y Albert Rivera, a los que, por sus parecidos razonables, Sánchez emplazó dos veces a que le dijeran algo. Pero mientras unos flipan, Vox blanquea, y el domingo canjeará esa colada por un montón de diputados. 

Lo que Vox blanquea

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