Taxi, violencia y pan

Puede que el gremio del taxi arranque a las administraciones, con su huelga salvaje de estos días en Madrid y Barcelona, las concesiones que le permitan momentáneamente conservar los privilegios de su monopolio, pero lo que con toda seguridad habrán conquistado es el desafecto de los ciudadanos, sus clientes, por el maltrato que nuevamente les está infiriendo a causa de las formas inaceptables de sus reivindicaciones.
No solo se puede, sino que se debe, luchar por los derechos, pero siempre frente a aquellos que los conculcan o los desatienden, y nunca exclusivamente en perjuicio de otros, en este caso todo el mundo, y menos aún amenazando o agrediendo abiertamente los derechos de esos otros. Que, como servicio público por concesión administrativa y sujeto, por tanto, al superior interés general, el gremio del taxi se declare en huelga total, ya es suficientemente lesivo para dicho interés como para, encima, secuestrar la ciudad, atropellar el derecho básico de la ciudadanía a la libre circulación, asaltar puertos y parlamentos, ignorar la obligación de los servicios mínimos que marca la ley y el sentido común, cortar las carreteras de acceso, quemar neumáticos en la vía pública o atacar a los trabajadores de la competencia, a sus vehículos y hasta a sus pasajeros.
El porcentaje de taxistas violentos, el de los que suponen fanáticamente que la calle es suya y de nadie más, es mínimo, pero no tan mínimo, al parecer, como para que el de los razonables y cívicos consiga neutralizarles imponiéndose a ellos. Antes al contrario, esa minoría violenta es la que parece imponerse a la mayoría conformando el tono y el mensaje de sus movilizaciones, de suerte que la percepción de los ciudadanos, ateniéndose a ese tono y a ese mensaje tan adverso a ellos, no augura al sector, que vive del ciudadano precisamente, nada bueno. La fuerza bruta, el aquí están mis cojones, son, tal vez, si las administraciones ceden al chantaje, el pan para hoy, pero también, seguro, el hambre para mañana.
Con sus movilizaciones violentas no podrá el taxi detener el auge de la competencia, que ofrece al usuario un mejor y más económico servicio, sino todo lo contrario. Es cierto, y urgente, que se necesita regular con equidad el sector para que convivan las tradicionales (taxi) y las nuevas (VTC) modalidades de los coches de alquiler con conductor, pero también lo es, y más urgente si cabe, que el gremio del taxi se reinvente y, sobre todo, que entregue su representación a los que, entre los suyos, apuesten por la cordura, el respeto y la civilidad.

 

Taxi, violencia y pan

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