Vender el mal

Es probable que se haya abusado del término “loco” con Trump. Sus palabras, su comportamiento, todo en él induce a considerarle un orate, pero, toda vez que ha conseguido liar a 60 millones personas y hacerse con los mandos del país más poderoso e influyente del mundo, más debería preocupar ese otro rasgo de su persona que puede generar gran sufrimiento a millones de seres humanos.
El narcisista, y Trump lo es en grado sumo, suele ser un buen vendedor. Su falta de escrúpulos permite al narcisista vender lo que sea, a quien sea y al precio que sea, pero a ésto habría que sumar, en el caso del multimillonario, su olfato para detectar los nichos vírgenes del mercado, los productos novedosos o escasamente publicitados. Ningún candidato hasta el momento había ofertado tan abiertamente el mal en todos sus formatos, esto es, la violencia, la intolerancia, el racismo, el machismo, la xenofobia, la impiedad, el egoísmo, la ignorancia como una de las Bellas Artes, la mala educación y todo cuanto, en fin, ha llevado en su exitoso catálogo electoral.
Todos tenemos la personalidad un poco trastornada, de modo que no habría que centrarse tanto en las patologías del atroz personaje como en su escalofriante capacidad como vendedor de un producto tan averiado como el mal. Ha sabido, primero, crear la necesidad, y luego, vender las recetas para satisfacerla. Tal es la magia, bien negra por cierto, usada por éste vendedor.  

Vender el mal

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