La hora de la verdad para los duques de Palma

El lunes, cuando comience el desfile de acusados del Caso Noos en los Juzgados de Palma de Mallorca, todas las cámaras, todas las miradas estarán puestas en una mujer, la Infanta Cristina, quien ni en sus peores pesadillas pudo pensar que llegaría a protagonizar una situación tan complicada en lo procesal como dolorosa en lo personal. 
Porque independientemente de que se le aplique la doctrina Botín, tal y como solicita su abogado Miguel Roca, hay algo que nadie podrá evitarle: la humillación de verse entre quienes están dispuestos a poner en marcha el ventilador de la mierda con tal de salir airosos de un proceso que ha puesto contra las cuerdas a la Familia Real pero también a una institución como la monarquía que gozaba de una excelente salud hasta que se supo que no era oro todo lo que relucía. Y que tras la buena estampa de Iñaki Urdangarín se escondía un mundo de favoritismos, de dineros ocultos en paraísos fiscales, de prebendas.
Que a la Infanta la sitúen frente a la zona habilitada para los periodistas acreditados en la causa es pura casualidad, pero sin duda un castigo añadido a su ya difícil situación anímica, lo que le obligará a controlar todos y cada uno de sus gestos, de sus emociones, y casi me atrevería a decir de sus pensamientos, aunque de estos últimos no tendremos constancia porque todavía no se permite la entrada de aparatos como “la máquina de la verdad” en las dependencias judiciales, aunque todo se andará teniendo en cuenta los avances de la tecnología.
Que se hayan acreditado más de 500 periodistas de todo el mundo demuestra hasta qué punto hay interés por un juicio en el que se juzga una forma de hacer política, de ejercer el poder, por parte de los servidores públicos, incluidos ex presidentes autonómicos, ex consejeros, ex directores generales, quienes teniendo la obligación de controlar los dineros de los contribuyentes prefirieron hacer la vista gorda cuando recibían una llamada del yerno del Rey Juan Carlos o de su socio Diego Torres. Una práctica habitual entre determinados sectores de la sociedad que han hecho y deshecho a su capricho. Y por los que ahora tienen que rendir cuentas de sus fechorías con el desgaste y el desprestigio que eso supone para la monarquía pero también para la política.
Me consta que tanto la Infanta como su marido se han preparado psicológicamente para enfrentarse al escrutinio de jueces, abogados y fiscales, pero también al de su propia familia, al de sus amigos, pero sobre todo al de su hermano y cuñado el Rey Felipe, el más interesado de todos porque los ciudadanos interpreten sus silencios como lo que son, un rechazo rotundo a todo lo que tenga que ver con la corrupción. 

La hora de la verdad para los duques de Palma

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