Domingo de Ramos

Con la celebración del llamado Domingo de Ramos, el orbe cristiano inicia hoy las conmemoraciones de  las últimas jornadas de la vida terrena de Jesús. Jornadas en las que se concentran sus  palabras y acontecimientos más decisivos. Comienzan con la entrada triunfal en  Jerusalén y  culminarán con su proceso, condena, muerte y resurrección.

Jesús se había puesto en camino junto con los Doce, los apóstoles, en dirección a  la ciudad santa y  la celebración de la pascua judía. Pero poco a poco se fue uniendo a ellos un grupo creciente de peregrinos; “una gran muchedumbre”,  interesada en salir a su encuentro, informada como estaba de la reciente e impactante resurrección de Lázaro.  

Sucede que en esa subida a Jerusalén el tema “David” y su esperanza mesiánica, que ya se venía fraguando,  se apoderó de la gente. ¿Este Jesús con quien iban de camino –se preguntarían- no habría de ser acaso el nuevo David?  ¿No habría llegado la ansiada hora de que en Él se hiciesen realidad las promesas del Antiguo Testamento; la hora del Mesías que había de venir?  

Siguiendo textos del papa emérito Benedicto XVI, anotemos que Jesús entra en la ciudad montado en un borrico de alguna manera forzadamente prestado. Todo ello puede parecer irrelevante para el lector de hoy, pero para los judíos contemporáneos está cargado de referencias misteriosas. En cada uno de los detalles está presente el tema de la realeza davídica y sus promesas.

Jesús reivindica un derecho regio: el  derecho  a requisar medios de transporte, prerrogativa conocida en toda la antigüedad. El que se trate de un animal sobre el que nadie había montado, remite también a un tal privilegio. Y el que los discípulos echen el manto encima del borrico tiene así mismo su sentido en la realeza de Israel. Lo que hacen los discípulos es, pues, un gesto de entronización de Jesús como Rey Mesías, al que se suma la entusiasmada multitud.  

Pero la situación cambió radicalmente  aquel mismo primer “domingo de ramos”.  Las autoridades del Templo y de la Ley no podían ignorar la situación surgida, que no era descartable derivara en un conflicto de carácter  político. No habían entendido aquello de “mi Reino no es de este mundo”. 

Para deliberar sobre el caso y el movimiento popular surgido tras la resurrección de Lázaro se reunió el Sanedrín. Y del intercambio de impresiones entre los jefes de los sacerdotes y los escribas, salió la decisión de arrestar a Jesús, someterlo al debido proceso y condenarlo a muerte. 

“Mortem autem crucis”: “Y muerte de cruz”, como se encarga de enfatizar San Pablo en su Carta a los de Filipo.  Una pena reservada para delitos contra el Estado y una práctica, sin embargo, vetada para los ciudadanos romanos. Era la forma más humillante de morir.  Por no tener derechos, los así condenados  no tenían ni derecho a sepultura.

Domingo de Ramos

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