Creen que somos tontos

en 1998 Donald Trump declaró a la revista People que si él fuera a competir para un cargo electoral lo haría como republicano porque ellos, los republicanos, eran los votantes más tontos del país. “Yo podría mentir y ellos lo creerían y les gustaría “, dijo. Y así lo hizo. Se presentó en 2017 por el Partido Republicano, mintió sistemáticamente, con un lenguaje infantil propio de los programas basura de las televisiones y, eligiendo con tino el grupo objetivo al que dirigir sus mensajes, obtuvo el resultado que conocemos; se convirtió en el cuadragésimo presidente de los EEUU. Así de sencillo, o de complicado.
Esa es la quintaesencia del populismo; la convicción de que una parte muy importante del pueblo es tonta, infantil y está mal preparada y desinformada, lo que la convierte en fácil compradora de sus tesis, sobre todo en tiempos procelosos, en los que el hartazgo y la irritación justificadas resultan más proclives aún al rompe y rasga. Ese populismo, tan viejo como la vida misma, que afecta tanto a la derecha como a la izquierda porque los extremos se tocan, el que la crisis desenterró, aventando sus semillas por doquier, es el que floreció también en diversos países de América Latina y que corremos el riesgo de que pueda fructificar en Francia o en Alemania o en España.
Porque Podemos, manejando las mismas estrategias –y sobre todo tácticas– que utilizan Trump y Le Pen y Maduro, hurgando en los instintos más primarios, ya han convencido a un gran segmento de votantes hastiados de corrupción y de unos políticos mucho más preocupados por sus partidos y sus ombligos que por el bien común. Lo cierto es que, unos y otros, se lo están poniendo muy fácil. La última jugada de Podemos ha sido la presentación de una moción de censura que saben que no puede prosperar. Pero no les importa, porque lo realmente importante es el espectáculo y la transmisión de una idea: Somos los únicos que realmente luchamos por desalojar a Rajoy y a sus corruptos del poder. Por lo que esta moción de censura es, supuestamente, un imperativo ético de patriotismo.
Saben, porque no son tontos, que con esta acción, y ante la posibilidad de unas elecciones, fortalecerían las expectativas del Partido Popular, pero tampoco les importa porque lo que tratan de conseguir es convertirse, a ojos de una ciudadanía harta, en la oposición real, forzando, de paso, a la militancia socialista a decidirse en sus primarias por aquella opción que más se les parece: la de Pedro Sánchez. Ese mismo Pedro Sánchez al que no votaron cuando, en marzo de 2016, tuvieron la oportunidad de hacerlo. Dos pájaros de un tiro. Así las cosas, lo deseable sería que Pablo Iglesias se equivocara en su percepción del pueblo español, mucho más inteligente de lo que en su partido creen y mucho menos permeable a sus ocurrencias circenses. Esa gente que, harta hasta más no poder, sabrá poner orden en unas próximas elecciones, cuando toquen.

Creen que somos tontos

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