Los últimos cartuchos

En un dirigente político con reconocida intolerancia a que le lleven la contraria, como es el caso de Pedro Sánchez, resultan llamativos sus silencios frente a las continuas provocaciones de su socio Pablo Iglesias. Porque esto es una guerra de egos, no nos engañemos, de dos personajes especialmente dotados de autoestima, que buscan su anclaje, sin sobresaltos, en el poder.

Y, pese a que en las últimas horas comienzan a oírse quejas del sector socialista del Consejo de Ministros, acusando a Podemos de deslealtad, todos ellos han cumplido escrupulosamente la consigna de “aguantar” hasta la aprobación de las cuentas públicas. Porque la estrategia de Iglesias y los suyos, incluyendo al portavoz parlamentario Pablo Echenique, ha sido la de tratar de convencer a Sánchez de la bondad de sus propuestas y, si la respuesta era un no, filtrarlo a los medios, dejar caer el clima de tensión interna, y conseguir entrevistas en las televisiones con el vicepresidente del Gobierno “vendiendo” sus proyectos sociales.

Prueba evidente de lo antes relatado es lo que ocurrió el martes tras el Consejo de Ministros. Aún antes de que acabara la reunión, Podemos filtró que era la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, la que se negaba a suprimir los cortes de luz y agua a las familias más vulnerables. No solo relataban la falta de sensibilidad ante los dramas que acarrea la nueva crisis económica producida por la pandemia, si no que le ponían cara, y nombre.

Tal vez por el hartazgo, o como aviso a navegantes de lo que va a venir a partir de enero, el presidente se reunió ese mismo martes y también en Moncloa con las tres vicepresidentas del PSOE y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, para perfilar el destino de los tan citados fondos europeos de recuperación. Iglesias no fue convocado.

Quedan todavía muchas batallas por pelear en el seno del Gobierno y, mientras los españoles celebramos las Navidades más atípicas del siglo, se filtrarán nuevas discrepancias sobre el salario mínimo interprofesional, la reforma laboral, o la normativa anti-desahucios mientras dure el estado de alarma.

Podemos quiere aprovechar el “estado de necesidad” del sector socialdemócrata del Ejecutivo, que necesita unos presupuestos defendibles en Bruselas, para consolidar la imagen pública de que los únicos que defienden y protegen a los más desfavorecidos son ellos. Quema así los últimos cartuchos de su capacidad de chantaje.

Todo hace suponer que, con las cuentas en la mano, Pedro Sánchez vuelva a ser el que dirija el Gobierno y Podemos el socio minoritario que reflejaron las urnas. No solo porque las discrepancias públicas frenan la gestión de la grave crisis que atraviesa el país, si no porque para los electores socialistas la imagen de las “tragaderas” presidenciales ante los continuos ultimátum son demoledoras.

Sánchez debe llevar muchos meses sin dormir, como ya advirtió que sería el precio a pagar por un Gobierno de coalición con Iglesias, y la única forma de vencer el insomnio consiste en recuperar el control legislativo y gubernamental. Eso, o toneladas de melatonina.

Los últimos cartuchos

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