Una mirada larga

menos mal que, además de Portugal, nos queda Europa. Ni la pandemia ha terminado, por mucho que ya quede poco del estado de alarma que nos llevó al confinamiento, ni los ERTE, con la ayuda que han supuesto para preservar puestos de trabajo, van a evitar la crisis económica que tenemos encima.
Los socios de la UE, que se mostraron bastante remolones ante la urgente necesidad de crear un fondo común que permitiera una salida armonizada y solidaria, han puesto en marcha, en una rectificación ejemplar, la maquinaria de las ayudas --muchas en forma de subvenciones-- a los países del Sur, una vez más los peor parados.
Por su parte, el Banco Central Europeo, que ya fue clave en la superación de la crisis de 2008, se ha lanzado, con unas partidas económicas sin precedentes, a la compra de deuda pública, evitando subidas descontroladas de la primas de riesgo.
Tras la tortuosa y desgastante negociación del Brexit, que todavía no ha terminado y que ha puesto en grave riesgo la unidad europea, la nueva Comisión, con Ursula von der Leyen a la cabeza, ha dado la talla al reaccionar a tiempo frente a una nueva catástrofe económica. Es también una forma de compensar el abandono que han sufrido los países del Mediterráneo frente a la crisis migratoria que la Europa del Norte prefirió ignorar y que los del Sur pagaron con el resurgir de movimientos de extrema derecha racistas y xenófobos.
El último acierto de los dirigentes europeos ha sido la decisión de replantear las relaciones con Estados Unidos ante la impredecible política exterior de un ególatra irresponsable como Donald Trump. Responsable de cientos de miles de muertos, al negar los trágicos efectos del virus o buscar teorías conspiranoicas para encubrir su pésima gestión.
Todos estos datos del mundo global del que formamos parte, y del que dependemos para salvar la economía, pasan a un segundo plano en el interés ciudadano, distraídos por la continua bronca política, la berrea de Vox a la que ha decidido sumarse, quién sabe si en una estrategia suicida, el PP de Casado.
No es que el Gobierno lo haya hecho bien, no. Deberían reconocer y pedir disculpas porque el 8-M fue un error, por no haber previsto las perentorias necesidades de material de protección para los sanitarios y de respiradores para las UCI. Todo llego tarde y las consecuencias se miden en vidas humanas.
Pero la imposibilidad de acuerdos para sacar al país adelante nada tiene que ver con los muertos ni con el sufrimiento social; se debe a estrategias electorales partidistas. Las mismas que rigen la vida política desde hace años y que el nacimiento de nuevas siglas, que venían a regenerar la vida pública, han contribuido a reforzar.
En medio de este lodazal, donde priman los intereses personales, el enriquecimiento, el nepotismo de colocar a los amiguetes o a los fieles, mientras el Congreso se convierte en el aula de los insultos, valoremos el papel crucial de la UE sin cuya ayuda no conseguiríamos salir de esta

Una mirada larga

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