Y todavía se extrañan

sí, hay un sector de la sociedad que no acaba de entender por qué las mujeres se han echado a la calle, de forma masiva, para decir algo tan obvio como que “No es no”. Les inquieta esta revuelta pacífica, intergeneracional, de solidaridad con una joven a la que un tribunal ha exigido una defensa heroica para justificar que no consintió las vejaciones sexuales de cinco bestias. Para tranquilizarse, alegan que detrás de las movilizaciones está la mano de partidos de izquierda y populistas que quieren capitalizar e instrumentalizar a las pobres mujeres.
No son conscientes de que los cientos de miles de jóvenes y adolescentes que estos días han llenado las calles de toda España no necesitan una mano que les conduzca. Se han cansado de la imagen que esta sociedad posmoderna proyecta de su papel en el mundo, su futuro y su presente. No quieren más desigualdad, ni más abusos sexuales. Una violación nunca es consentida y resulta inexplicable que en el siglo XXI el Código Penal de un país democrático no refleje esa obviedad.
El Gobierno, tan sensible al clamor popular desde que las encuestas dibujan un negro porvenir electoral, ha dejado vía libre a la incontinencia verbal del ministro Catalá. Su enfrentamiento con el Poder Judicial está desviando el foco de lo que de verdad importa: la impunidad de la violencia contra las mujeres. De momento, se ha creado una comisión de estudio para la reforma del Código Penal. Cuando en política algo se quiere dilatar siempre se recurre a alguna comisión en el Congreso, pero, en este caso, se ha conjugado con la sarcástica ausencia mujeres entre los “sabios”. ¿Para qué? Si de todos es sabido que las víctimas de violaciones son siempre los hombres.
Tras el relato de la bochornosa vista oral y la sentencia de La Manada; tras el informe de cientos de médicos y psicólogos describiendo con toda precisión en qué consiste el estado de shock en que entra una víctima cuando siente que no puede defenderse, ¿qué más se necesita, al margen de humillar a la mujer con la descripción de las vejaciones sufridas para describir una violación? ¿Es necesario resistirte, tratar de huir y acabar asesinada a pedradas, como le ocurrió a Leticia Rosino hace unos días en Zamora? ¿Qué podría haber hecho una cría de dieciséis años, que sufría desde niña abusos de un tío carnal, para evitar que al final la violara?
Ya pueden darse prisa los expertos en delimitar, de una vez por todas, algo tan evidente como la diferencia entre abusos y violación, sin que la víctima tenga que perder la vida intentando evitarlo; sin tener que ver su nombre y dirección en las redes sociales y teniendo que demostrar de forma pública y notoria, meses después, que sufre un trauma psicológico para que condenen a sus agresores.
Y luego hay quienes se extrañan de que las mujeres ocupen las calles.

Y todavía se extrañan

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