Enrique Gómez Carrillo: La Vilagarcía que amé

Enrique Gómez Carrillo: La Vilagarcía que amé

En una época en la que el periodismo es, junto a la política, una de las profesiones peor valoradas por la sociedad, cuesta comprender que hace no tanto, poco menos de un siglo, un hombre dedicado a plasmar literatura diaria despertase admiración allá donde iba. Enrique Gómez Carrillo nació en Guatemala en 1873 y falleció en París en 1927. Un largo periplo de 74 años y cientos de miles de kilómetros recorridos lo hicieron famoso en el mundo entero como cronista de viajes. Y pese a todos los lugares conocidos, pese a las grandes capitales visitadas, era en Vilagarcía donde se sentía como en casa.
Hijo adoptivo de la capital arousana y también de otras ciudades gallegas como A Coruña, llegó a casarse con la artista de mayor éxito de la primera mitad del siglo XX, Raquel Meller, aunque su matrimonio tan solo duró tres años, y describió como nadie la sociedad de la época.
Novelista, ensayista, director de El Liberal y colaborador en varios periódicos como el ABC, La Razón y La Nación (ambos de Buenos Aires), el Diario de la Marina (de La Habana), y Galicia Nueva, de Vilagarcía, fueron sin embargo sus crónicas sobre viajes, culturas y sociedades los que le reportaron un mayor éxito de crítica y público.
“La Grecia eterna”, “Japón heroico y galante”, “La sonrisa de la esfinge” o “El encanto de Buenos Aires” dan idea de la gran cantidad de lugares sobre los que trabajó a fondo y era sin embargo la capital arousana el que escogía para descansar. Hecho que, junto al amor público que profesaba por esta ciudad, justifica que su figura aparezca recogida en el libro de Víctor Viana “Periódicos y periodistas de Vilagarcía”.

Una ciudad muy intensa
Una obra en la que, a través de fragmento de una crónica de Gómez Carrillo, podemos conocer la intensa vida cultural que existía por entonces en la ciudad. Dos diarios y tres periódicos semanales, ocho imprentas (una por cada 500 habitantes) y tres teatros eran algunas de las bondades que narraba el cronista guatemalteco. Pero eso no era todo. “Sus oficinas de telégrafos se cierran a las doce de la noche, lo que en París no se ha podido conseguir aún. Sus bazares son dignos de una gran capital. Sus tiendas están llenas de objetos de lujo. Sus fotografías son casi tan numerosas como las imprentas. Sus hoteles son diez o doce y tienen, en general, mesas admirablemente servidas. ¡Y qué decir tiene de los cafés!. En Roma no hay más que tres. En Vilagarcía también hay tres y cualquiera es más grande que el más grande de Roma. En cuanto a los bares a la inglesa, con sus altos mostradores de pino luciente y sus camareros vestidos de blanco, son casi seis, ocho, tal vez diez, que cierran sus puertas muy tarde. Porque los vilagarcianos son noctámbulos, como los madrileños”, relataba Gómez Carrillo en una estampa que invita a la nostalgia de una ciudad que sigue siendo nocturna, pero de liquidación. n

Enrique Gómez Carrillo: La Vilagarcía que amé

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