‘Libertad’, qué bella palabra... según quién la pronuncie

Hay palabras que en principio son bellas, benéficas. Como ‘democracia’ o ‘libertad’, que son capaces de perder sus rasgos bondadosos en función de qué vayan acompañadas. O de quién las pronuncia. La campaña electoral en Madrid, por ejemplo, va a estar trufada de apelaciones a la libertad (y a la democracia), pero estoy seguro de que muy poco tienen que ver ambos conceptos según si los pronuncia la ‘popular’ Díaz Ayuso o el ‘morado’ Pablo Iglesias. Ambos insisten en que nos jugamos la libertad según quién gane las elecciones: así que hablamos de conceptos antitéticos bajo el paraguas de un mismo término. ¿Otra manifestación de esas dos Españas que no pierden ocasión de enfrentarse y, como decía Bismarck, tratar de destruirse?


Silvio Berlusconi, que no es precisamente un modelo de probidad y honradez política, a mi juicio, creó una Casa de la Libertad tratando de convencer (con bastante éxito) a los italianos de que él representaba una fórmula de liberalismo en el mejor sentido, frente a tentaciones intervencionistas, que significaban, decía el magnate de monopolios, un principio de totalitarismo. Y Díaz Ayuso contrapuso primero ‘socialismo o libertad’, luego ‘comunismo o libertad’, ahora habla de ‘libertad’, a secas, como ‘leit motiv’ de su campaña. Por su parte, el sedicente comunista Pablo Iglesias (representante de la antítesis de la libertad, según la presidenta madrileña) va diciendo en su precampaña por el ‘cinturón rojo’ de Madrid que, si gana la derecha el 4 de mayo, “nos jugamos la libertad”. Claro que Iglesias ya nos encendió luces de alarma cuando dijo aquello de que España es una democracia incompleta, lo que alarmó secretamente a su entonces jefe, Pedro Sánchez, que quiere ser la encarnación de la más pura democracia avanzada en España, un concepto global que hasta incluye las vacunas de las que él casi se hace pregonero.


Pero lo cierto es que, en mi opinión, tanto la democracia como la libertad, consideradas en su esencia y no para su uso por aprovechados, retroceden y no solamente en nuestro país. Son muy pocos los gobernantes demócratas ‘avant la lettre’ que rehúsan aprovechar estados de alarma y confinamientos para hacerse con parcelas de libertad de movimiento y circulación y, por supuesto, de la libertad de expresión, y esto último lo digo con el relativo conocimiento de causa que le facilita a uno ser un periodista, uno más, en ejercicio desde hace bastantes años, lo que me permite una fundamentada comparación con otros tiempos. Al final, puede que las mascarillas, como dice El Roto, sirvan para tapar bocas en muchos sentidos.


Contraponer, como hace Díaz Ayuso, ‘libertad’ a ‘socialismo’ o incluso a ‘comunismo’ (Pablo Iglesias no es, en realidad, un comunista como pudieron serlo Santiago Carrillo o Enrico Berlinguer: es otra cosa, aunque aún no sé muy bien qué), me parece poner la libertad entre rejas. La libertad es una cosa, el socialismo otra y el comunismo una tercera diferente; no mezclemos agua con aceite. Decir que si gana el otro bando (la derecha en este caso) se acabará libertad, como dice Iglesias, es, claro, una muestra más de que quien pregona cosas tales no está plenamente por ‘la’ libertad, sino por ‘su’ libertad.


Y en esos parámetros de sal gruesa nos vamos a mover en una campaña que me temo que va a ser lamentable, y en la que figuras moderadas como Gabilondo o Edmundo Bal pueden quedar difuminadas ante la artillería pesada que emplearán otros. No puedo, al escuchar el discurso político de estos días, evitar citar la célebre frase pronunciada por Madame de Roland cuando su cabeza estaba a punto de rodar segada por la guillotina: “oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”. Crímenes todavía no sé: desmanes y rodeos a la democracia, aquí y ahora unos cuantos, la verdad.

‘Libertad’, qué bella palabra... según quién la pronuncie

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