Pero ¿habrá fiesta de la Constitución o no?

Por no saber, a estas alturas no sabemos siquiera si la tradicional recepción de la Constitución en el Congreso, que siempre se celebró el 6 de diciembre, tampoco podrá volver a celebrarse este año. El rebrote de la pandemia, ya sabe usted, y que la señora presidenta de la Cámara, doña Meritxell Batet, es quizá hasta excesivamente cauta para estas (y otras) cosas. Tiene el asunto de si hay fiesta o no su miga política, cuando la Constitución está más zarandeada que nunca, en parte por un sector del Gobierno, y cuando, a mi entender, se incumple más que nunca. Y claro, cuando la necesidad de llegar a un amplio consenso para reformar determinados aspectos desfasados de la ley de leyes es mayor que nunca.

La fiesta de la Constitución era, además, la precedida por las visitas de los ciudadanos al Congreso y al Senado: largas colas para ver por dentro la sede del Legislativo (parece que este año se reanuda esta tradición). Y era la celebración que, de alguna manera, abría las puertas a las exaltaciones navideñas, con las ciudades ya brillantemente iluminadas, sin miedo a la factura energética.

La pandemia, que está golpeando de nuevo a una Europa que se interroga si hay que volver a los confinamientos, y también los cambios de costumbres y de coyunturas, hacen que se cuestione cómo vamos a llegar a la Navidad, lo cual tiene muy importantes implicaciones económicas, sociales y hasta políticas. Por ejemplo, y contemplando el conjunto desde otro plano, a ver qué nos dice el Rey este año en su mensaje de Nochebuena, cuando será, presumiblemente y si nada inesperado ocurre, el segundo que nos haya de dirigir con su padre navideñamente ausente gracias a una de las operaciones políticas más desastrosas que yo haya contemplado jamás.

Claro, vistas así las cosas, la pregunta acerca de la celebración de la Constitución en el edificio que es el arquitrabe de la democracia, el palacio de la Carrera de San Jerónimo, es absolutamente pertinente, porque incluye todo lo demás que hasta las Navidades de 2019 dábamos por garantizado: desde las colas de la lotería hasta el naciente apogeo del ‘Black Friday’, pasando por ese cóctel a la sociedad en el aniversario de la Constitución, que este año cumple 43 años con relativamente buena salud (ya he dicho que está obsoleta en algunos aspectos que sería conveniente reformar) y poco consenso para su defensa.

Ya sé que hay cosas quizá más importantes en el panorama político que el hecho de que la señora Batet, siguiendo instrucciones –sanitarias– desde el Ejecutivo, convoque o no ese encuentro del 6-d. Un encuentro interesante para los periodistas, al que suelen asistir los ex de la UCD, militares y, hasta ahora, jueces (ya veremos si por esas fechas se ha acordado la renovación del Consejo del Poder Judicial y si aminoran las tensiones que el tema está generando) y nunca los diputados nacionalistas.

A veces, lo que es significativo adquiere la categoría de la importancia. Y, para mí, creo que para muchos cuando vemos lo que está ocurriendo en Europa, cómo vayamos a pasar estas Navidades, que irrumpen con la fiesta de la Constitución el 6 de diciembre, es importante. Mucho. Será la muestra de que hemos entrado, aunque sea de puntillas, en la normalización, o no. Y ojalá todo dependiera, como nos repite Pedro Sánchez, de “vacunación y mascarillas”. Nuestro optimista presidente sabe que es mucho más complejo el asunto que la existencia de algunos, incluso muchos, negacionistas, aunque no convenga decirlo.

Pero ¿habrá fiesta de la Constitución o no?

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