“Matriarcas” da voz a las mujeres que no pudieron ser niñas en la España franquista

“Matriarcas” da voz a las mujeres que no pudieron ser niñas en la España franquista
Carmen Meaños recibe emocionada un ejemplar de “Matriarcas” de la mano de la autora, Montse Fajardo

Naquela España esnaquizada na que Galicia era máis matriarcal que nunca porque os homes estaban embarcados, fuxidos ou mortos, miña avoa Pepita era estibadora do sal”. Así comienza el libro “Matriarcas. Mulleres en pé de vida”, en la que la periodista Montse Fajardo recoge los testimonios de diez mujeres que sirven como motor de una narración que devuelve a primer plano los dramas de la guerra civil, el franquismo, la emigración y el hambre, pero también otros más actuales como el alzheimer y la lucha contra la droga. Una obra narrada en diferentes estilos, entrevista incluida, que se presentará el viernes a las ocho y media de la tarde en el Auditorio.

Testimonios emotivos de los que forman parte cuatro vilagarcianas: Waldina Pereira, emigrante retornada de Uruguay y propietaria de la mítica tienda de dulces y prensa que lleva su nombre en Carril; Rosario Rodríguez Piñeiro, operaria de conserva, pescantina y una de las primeras mujeres que desenmascaró la mafia del narcotráfico en Arousa; Amalia Limeres y Carmen Meaños. Es a través de estos dos últimas entrevistas como Montse Fajardo hace un relato estremecedor y humano sobre la guerra civil en Vilagarcía. Dos niñas de la represión franquistas que se convirtieron en mujeres a golpe de drama y que en “Matriarcas” regresan a aquellos años en los que su vida cambió para siempre. El miedo, la muerte, el amor y la nostalgia se abrazan en estas historias.

Amalia Limeres tenía catorce años aquel 16 de febrero de 1937 que nunca se borró de su memoria. Todo empezó con un paseo cotidiano. “Sempre andas polo medio”, le decía su madre. Y por el medio andaba, por una calle cercana a Ravella, cuando escuchó tambores y cornetas y se acercó, curiosa, al lugar de dónde procedían: El Ayuntamiento. Desde el balcón, hombres uniformados gritaban enloquecidos y uno de ellos colocaba una tela roja sobre su fusil. “Pescamos al Gitano”, gritaban enloquecidos. Y sonaba la música, saltaban y bebían vino. Amalia se fue para casa con mal cuerpo. Aún no lo sabía, pero en algún lugar, bajo la tierra, los huesos de su hermano Manolo se confundían ya con los de “el Gitano”.

Manuel Limeres se unió a la banda del líder de la CNT, Rodrigo Berruete, “el Gitano”, para escapar de los falangistas. Se escondieron en una casa en Loenzo junto a Antonio Sayanes y Pilar Fernández Seijo, “la Montañesa”. La fatalidad quiso que fueran descubiertos durante una de sus bajadas al monte. Cientos de carabineros, falangistas, soldados, cívicos y guardias vinieron desde Pontevedra para acabar con estas cuatro vidas. Sobre los cadávares calcinados se encontró el pañuelo rojo de “el Gitano”.

En aquella casa se quemaron también los sueños y la esperanza de una niña que en poco tiempo perdió a su padre, que murió de pena poco después de salir de la cárcel, y a sus dos hermanos varones. Isolino, el pequeño, fallecía en el frente tras haberse pasado al bando republicano. El día que detuvieron a sus padres, tras la deserción del hijo menor, Amalia esperó durante horas a la puerta de su casa. Así comenzó una historia deambulante en la que la solidaridad de una vecina, “la más pobre”, tuvo mucho que ver en su supervivencia. Montse Fajardo recupera la voz de esta chica de catorce años y en el dolor de la herida abierta se cogen de la mano la niña y la anciana. Y por ello todavía puede sentirse el miedo de una joven que vio a su padre embarrotado desde la ventana y a su madre entre rejas, y no pudo articular palabra.

Carmen Meaños también era una niña. Tenía solo ocho años el día en que mataron a su padre. A Antonio Meaños lo fueron a buscar a su domicilio el 15 de agosto de 1936 un grupo de falangistas entre los que estaba su vecino puerta con puerta. Pudo escapar por la huerta pero no lo hizo. No tenía nada de que avergonzarse. Lo mataron a pocos metros de su casa. Su mujer encontró el cadáver y desde entonces ya nada fue igual. Carmen perdería poco después a su madre, que fue ingresada en Conxo. Antonio Meaños fue uno de los primeros fusilados en una Vilagarcía en la que el terror comenzaba a asentarse. “Levaba un pantalón e unha camisa de mahón, deses que agora chamades vaqueros, unha camisa salmón clariño e uns zapatos castaños con fibela, coa gorra que levaba sempre”, relata su hija, que advierte que es “la última vez” que cuenta su historia.

“Matriarcas” da voz a las mujeres que no pudieron ser niñas en la España franquista

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