El ojo público | El hombre que pudo reinar

Un fotoperiodista veterano que haya cubierto unas cuantas campañas electorales, conoce e intuye algunos axiomas. Sabe de sobra que la euforia siempre es la antesala de la tragedia, y la autocomplacencia no representa mucho más que los prolegómenos de la derrota. Así que, de momento, el asunto aparenta ser un empate técnico.
El ojo público | El hombre que pudo reinar
Sánchez y Feijóo, en A Coruña aun siendo ‘rookies’

Todo el mundo conocía a Manuel Fraga en 2009. Pero Feijóo, aunque había sido Conselleiro, brillaba únicamente por ser un tipo anónimo para el gran público. Así que, sin más, le espeté con ese aroma a crueldad que siempre entraña el ser sincero: “Mira, a Touriño lo conoce todo el mundo, así que más te vale que, para ilustrar la foto de la entrevista, se te ocurra hacer algo llamativo”. Después me encogí de hombros, torcí el gesto y aguardé. El tipo, muy decidido y sin mediar palabra, agarró una pelota de playa con los colores y las siglas del partido, y le sacudió una patada emulando al portero del Elche. “¿Así te vale, ¿no?”, me preguntó con guasa. Asentí, pero no le concedí el punto final. “En la foto se aprecia bien que eres bastante diestro, creo que valdrá”, comenté. Y él, sujetando la risa entre los labios, prefirió matizar: “No tanto como parece”. Le extendí la mano con una sonrisa enorme colgada en mi cara y mientras sentía su medido apretón, le respondí con sorna: “Bueno, eso ya lo veremos”.

 

Y es que los fotógrafos de prensa local, azuzados siempre por las prisas y el agobio, obligados a llegar como sea a los sitios más diversos y remotos, y lidiando con la angustia que día sí y día también sobrellevamos, algunas veces, entre foto y foto, nos tornamos parlanchines y atrevidos en exceso, indebidamente cínicos para el oficio, y puerilmente gamberros. Esto es algo que los redactores no pueden permitirse con demasiada ligereza, ya que ellos raras veces se ven o se sienten encubiertos por el halo de inocencia que supone ser los tontos del periódico. Este es un asunto que los fotógrafos, hartos de luchar inútilmente por sacudirnos el sambenito, aceptamos, convivimos e incluso moldeamos para sacarle provecho. Un político, por ejemplo, con un fotógrafo y por norma general, charla siempre de tú a tú, como lo haría con su gato en casa, sin demasiada mesura ni prudencia, y sin intención ni esperanza de que entendamos algo. Al fin y 
al cabo, si trabaja en un periódico y no escribe, es porque muy listo no puede ser. Así que habitamos en un “off the record” eterno que nutre de fascinantes anécdotas nuestras noches de cañas. Por supuesto, nos lo callamos todo. Como mucho contamos las cosas muchos años después. Si eres un gato eres un gato, no un loro. Además, todo el mundo sabe que a los loros se los zampan los gatos.

 

Siendo Pedro Sánchez secretario general del PSOE, visita A Coruña en 2016 para apoyar sin demasiada fogosidad a Leiceaga como candidato a la Xunta. Feijóo es ya presidente desde 2009, y eso sólo gracias, única y exclusivamente, a mi foto. Resulta más que obvio que Pedro Sánchez lo sabe. Así que antes de entrar en el mitin, toma un bebé de una militante entre sus apolíneos brazos y se deja retratar a escasos centímetros del angular de mi cámara. Lo besa con delicadeza entre las encendidas y envidiosas miradas del personal y entonces yo, incontenible como siempre, le largo el chascarrillo: “Ahora esto mismo con un perro y en dos meses Presidente del Gobierno”. Tras dejar al retoño, me devuelve una mirada, un silencio y una deslumbrante sonrisa, casi cegadora, y muestra un rostro que delata que lo ha apuntado, para, en un inminente futuro, ponerlo en práctica. Sin duda, hay quien se fía de cualquiera. 


En fin. Los fotoperiodistas en primera línea. Siempre emparedados entre los acontecimientos y tratando de no ser jamás los protagonistas. Pero son las circunstancias las que nos convierten siempre en una especie de camaleones involuntarios, a medio camino entre el inseguro y maleable Zelig y el atontado y accidentalmente trascendente Forrest Gump.

 

Hubo un día en el que, en visita institucional de Alberto Núñez Feijóo a la Real Academia Galega, Méndez Ferrín, presidente por aquellas fechas del lugar en cuestión, le ofreció el libro de honor para que el Presidente de la Xunta estampase su firma. Muy campechano y dicharachero, Feijóo, obviando como siempre la presencia del fotógrafo que estaba allí y que se parecía a mí, le comentó con retranca: “Ya está firmado, compañero, pero he tenido que poner Presidente de la Xunta de Galicia porque aún no puedo escribir Monarca del Reino de Galiza, como te gustaría a ti”. Méndez Ferrín, también muy curtido, aceptó el guante y le mostró una sonrisa socarrona mientras le respondía: “Si Manuel Fraga no consiguió ser rey, no creo ni de coña que tú lo logres. Tendrás que conformarte con que te voten”.

 

Y de eso va. De conformarte con que te voten. Porque parece obvio, que los reyes no sienten culpa ni pretenden quitársela, ni tampoco dejan de ser reyes porque no quieran serlo.
 

El ojo público | El hombre que pudo reinar

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