Por un año sin imbéciles

Cerca del cierre de este dos mil veintidós toca hacer balance. 
 

A grandes rasgos, considero que no ha sido un mal año, principalmente, porque estoy aquí para contarlo.
Si reducimos el tamaño de los rasgos, debería decir que ha sido un año como todos, con subidas y bajadas, problemas y soluciones, e ilusiones y desilusiones. 
 

Poco más que decir sin entrar en detalles personales que a nadie incumben o deben incumbir.
 

Tomaremos las uvas, cruzaremos los dedos, cargaremos nuestras alforjas de motivaciones y nos encomendaremos a Dios para que nos proteja y al diablo para que nos defienda.
 

Sin embargo, seguimos sin darnos cuenta de que la clave del éxito o del fracaso no se encuentra en el año, sino en nosotros mismos, en la toma de decisiones adecuadas,en nuestro esfuerzo personal ante cada encomienda que la vida nos manda y en no perder las ganas.
 

Al margen de la salud-que sin ella todo lo demás carece de sentido-, tenemos por delante no un año nuevo, sino un año nuestro. Trescientos sesenta y cinco días en los que jugar a las tabas con la vida y en los que tratar de ganar partidas. Asumiendo que en unas triunfaremos y que en otras perderemos, y siendo conscientes de que, a veces, perdiendo es en realidad cuando se empieza a triunfar.
 

Yo pido al año nuevo mucha salud, que no falte el trabajo, que me sobren las ideas, que me quieran aquellos a los que yo quiero y que mi vida continúe estando exenta de imbéciles. 
 

Personas cotillas de vidas vacías, ancladas en estereotipos del pasado, incapaces de evolucionar por miedo a que-al volar-se caigan sus castillos de naipes, repelentes sistemáticos, justicieros por su mano, mediocres de poca monta, ricos que olvidaron lo pobres que fueron, oportunistas vestidos de ficticio éxito, neuróticos obsesivos o redichos de postal. 
 

Por el contrario, le pido al año que me permita seguir rodeada de gentes inteligentes, personas de las que aprender día a día, seres con los que razonar se convierte en un regalo, de ideas claras, que no se casan con nadie ni se venden al mejor postor, individuos que están para lo importante y, en definitiva, queridos amigos.
 

Porque la vida es corta e incierta. Fechas de caducidad confusas y averías varias componen las líneas de la mano de porvenires de todas las edades. Vidas que, por todo eso y por más, es necesario comerse a mordiscos; olvidando el mañana y el ayer para vivir solo él hoy, pero eso sí, muy a fondo. 
 

Así que, para qué perderlo en trifulcas, malos entendidos, celos, rabias, egos equivocados y fantoches del tres al cuarto? Que vivan las personas de verdad, las que son incombustibles, las estables, las inconformistas, las luchadoras, las que persiguen sus sueños, las que ayudan sin esperar nada a cambio, las que no saben trepar, las amigas, las queridas, las que sus corazones se entrelazan con el de uno en un sutil baile de nubes y, en definitiva, las que merecen la pena.

Por un año sin imbéciles

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