Vivir en “ Lost in translaton”

Desde que vi Lost in translation vivo obsesionada con los hoteles. En concreto, aspiro a poder alojarme en el Hyatt Park de Tokyo y encontrarme con Bob ( magistralmente interpretado por Bill Murray). Es una pena que yo no sea Scarlett Johannson y que todas las historias de amor o amistad no sean como esa. 


La vida en los hoteles es una vida dentro de la vida. Recuerdo un artículo de Juan Tallón sobre los hoteles  y me imagino cómo debe ser tomarse una copa de ginebra de la buena mientras miras por la ventana y brindas por algo bonito. 


He conocido hoteles muy especiales, otros tremendamente feos y otros que te invitaban a cantar en la ducha. En el hotel Comfort Hotel Lt en Vilnius, dedicado al rock y con una decoración vanguardista, en el cuarto de baño un letrero apuntaba: “ There is no half singing in the shower, your are either a rock star or an opera diva” ( No hay cantantes malos en la ducha, o eres una estrella de rock o una diva de la ópera”).  


Ante semejante invitación a la autoestima, quien no cante bajo la ducha debería ser declarado el huésped más necio que haya pisado dicho hotel. 


En los hoteles se han descrito las historias más bellas y también las más tristes.  


Imaginemos que rompen contigo en un hotel. Y que suena Air en el hilo musical. Y que sólo quieres decirle a alguien: “Estoy perdida. ¿Eso tiene arreglo?”. Y que te contesten: “No. Sí. Ya se arreglará”.   


Si, por lo que sea no se arregla, que en los hoteles siempre exista un piano bar donde poder ir a escuchar melodías de amores pasados.  


Recuerdo un hotel en Varsovia donde el pianista, en vez de alentar el desamor, tocaba cada vez con más ímpetu. Parecía que se iba a poner a tocar “Great balls of fire” de un momento a otro. Yo me quería poner a bailar, pero nadie bailaba, y todos los presentes me parecieron tremendamente sosos. Unos bebían con avidez, otros se miraban sin decir ni una palabra, y ninguno, salvo yo, parecía escuchar la música que invitaba a vivir el momento. 


La piscina. Todo hotel que se precie debe tener una piscina. O si nos ponemos exquisitos, una zona termal como el Gellert de Budapest, donde se han grabado anuncios y donde me perdí cien veces recorriendo las distintas estancias. 


Una vez estuve en un hotel que era azul, todo azul, los caramelos de recepción tenían ese color, el suelo era azul y las sábanas, el techo y las ventanas eran azules. Reconozco que salí algo mareada. La intención era buena, tal vez el propietario quería emular el mar, o el paraíso o el verano, pero al que lo diseñó se le fue la mano con tanto color. El desayuno era lo único diferente. Fue un alivio entrar por la puerta por la mañana y ver que el zumo era naranja. Aún así, he de reconocer que nunca he visto un hotel así, así que dejémoslo en que era un hotel diferente. 


Pero ante todo, quiero volver al origen del artículo. Yo lo que quiero es tener una historia como en Lost in translation. “Todos queremos que nos encuentren”- como decían los personajes en la película. 


A menudo, cuando veo de nuevo esta película, pienso que lo que Sofia Coppola quería era transmitir la soledad que todos tenemos aún estando acompañados. Y me recuerda a aquel libro de Paolo Giordano, “La soledad de los números primos”, donde hay personas que nunca llegan a encontrarse porque son como los números primos cercanos, pero independientes (como el 17 y el 19 ). 


Tal vez, todos queramos, al entrar en un hotel, poder cantar en la ducha, ser libres y vivir historias preciosas que puedan ser contadas en cualquier artículo de opinión. 


twitter @nataliafhn

 

Vivir en “ Lost in translaton”

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