uno de los grandes fracasos de la democracia española es la Educación. Socialistas y populares siempre llegaron al gobierno con la fijación de controlarla y la primera medida de unos y otros fue derogar o corregir la reforma educativa del gobierno anterior. El resultado son siete leyes de educación unilaterales, alguna ni siquiera entró en vigor.
La historia se repite ahora con el cambio de gobierno. La ministra anticipó que “descargaremos la Lomce de todo lo que ha traído de desigualdad, se eliminarán las reválidas, la religión no puede tener valor académico y crearemos una asignatura de valores cívicos que será obligatoria”.
Isabel Celaá no habló de retomar el Pacto Educativo que abandonó su partido; ni de adecuar los planes de enseñanza para formar alumnos para un entorno profesional en permanente cambio; ni de introducir nuevos contenidos en los programas para forjar perfiles profesionales para un mercado laboral que trae empleos nuevos; ni mostró preocupación alguna ante el impacto laboral y social de la mayor revolución de la historia que están protagonizando las nuevas tecnologías. Tan solo habló de derogar la Lomce e incluir la asignatura de valores cívicos sin concretar contenidos.
En las naciones de nuestro entorno, los políticos responsables comparten y ponen en el centro de los programas de sus partidos al sistema educativo que consideran una pieza fundamental para que sus países puedan hacer frente a los problemas políticos, económicos y sociales.
Lamentablemente, en España vamos en dirección contraria. La educación está siempre en un permanente retorno que se concreta en escenificar desacuerdos, mostrar agravios y alimentar el espectáculo de controlar alternativamente –“ahora me toca a mí”– la educación como arma para defender intereses partidarios y electorales.
El profesor Reg W. Revans formuló la ley que lleva su nombre: “un país, como una persona o una empresa, solo puede sobrevivir si aprende a la misma velocidad a la que cambia el entorno”. Alcanzar ese aprendizaje requiere adaptar de forma permanente los programas formativos a los cambios profundos que llegan a esta sociedad globalizada.
Está en juego, dice Lucas Cortázar, investigador de la Universidad del País Vasco, mucho más que un porcentaje del PIB, todo cuanto producimos depende de un buen sistema educativo. Por eso es muy descorazonador que la educación, que debería ser “asunto de Estado”, siga siendo rehén permanente de la lucha partidaria.