Había una vez...

Pertenezco a esa generación del “baby boom”, aquella en la que nuestros padres soñaban con la libertad, pese a que en muchos hogares la política era un tema tabú, y nuestros abuelos continuaban viviendo con el miedo a revivir el terror. Pese a todo, soplaban aires de cambio y de compromiso social que derivaron en la democracia tras la muerte del dictador. 
En medio de la convulsión política, la televisión, de aquella con solo dos canales, combinaba especiales informativos, programas de variedades, concursos, dibujos animados y los payasos de la tele, esos que hicieron eterna aquella pregunta de “¿Como están ustedes?”, y a la que nunca se respondía lo suficientemente fuerte para ellos.
Gaby, Fofó y Miliki, después con Fofito, Milikito o Rody, aparecían en la pantalla del televisor con sus túnicas grises (más tarde supe que eran rojas), unos grandes zapatones y una nariz postiza para hacernos reír con el simple juego de la silla o con la famosa “Aventura”. Sus canciones siguen estando de actualidad; “Hola don Pepito”, “El auto nuevo”, o “Susanita tiene un ratón” y muchas otras todavía se cantan en los hogares con niños pequeños.
Quizá por ello, todos los que éramos críos en esa época nos enamoramos del circo. Los acordes del “Había una vez...” nos transporta a un momento de paz y de sentirse a gusto que resulta inexplicable. Desde entonces he ido al circo muchas veces. También con mis hijos. Eran funciones majestuosas con espectáculos increíbles y que siempre incluían un número con leones, tigres o elefantes. Muchos de nosotros vimos un animal salvaje por primera vez en un circo.
Era lo normal entonces, pero la sociedad ha ido evolucionando y los del “baby boom” fuimos haciéndonos hombres y mujeres y teniendo descendencia, que se desarrolla con unas pretensiones y unas miras que de aquella solo se podían soñar.
A estos niños también les gusta el circo. Es un espectáculo precioso, pero en el que ya no caben los animales. Por suerte, los pequeños de hoy en día tienen otras posiblidades de verlos que, aunque cautivos, viven en unas condiciones más dignas que las que puede tener un elefante metido horas y horas en un camión, haga frío o calor, o los leones enjaulados sin más vista que los barrotes y bañados en orín y heces. Pienso que la sociedad actual puede prescindir de circos con animales y por ello aplaudo la intención del Concello de Vilagarcía de tratar de impedir que haya actuaciones de este tipo en la ciudad. Otra cosa distinta es la gestión que se ha hecho con el “Vienna Roller”, rodeada por la polémica y las denuncias mutuas, además de un inoportuno corte del suministro de luz y agua, una medida que afecta tanto a animales como a personas.
Puede que alguien quiera ver una oportunidad para la crítica política al no lograr que se suspenda el espectáculo, pero la realidad es que toda la controversia generada ha puesto encima de la mesa un debate que debe encauzarse hacia la reconversión de los circos con la apertura de mecanismos de ayuda que les permitan subsistir prescindiendo de números que incluyan animales.
El talento nómada de los que viven bajo una carpa les permitirá adaptarse a los nuevos tiempos para iluminar los ojos de miles de niños con aquello del más difícil todavía. De este modo conseguirán que, de mayores, en su recuerdo broten los acordes de aquel “Había una vez, un circo/ que alegraba siempre el corazón/ lleno de color/ un mundo de ilusión/ pleno de alegría y emoción...” que sea capaz de enamorar sin la necesidad de animales. En su tiempo, unos maestros sí lo consiguieron.

Había una vez...

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