Hay un programa de una cadena privada que cuenta con la presencia de Lolita Flores que, cada vez que surge el nombre de algún gran artista, se apresura a decir que ella tiene una anécdota con el personaje. Entonces el público que está en el plató corea cantando:” anécdota, anécdota” y Lolita les cuenta que la gran Lola Flores en una ocasión derramó una copa de vino sobre el pantalón del famoso. Sí, eso es una anécdota.
Que el presidente Sánchez llama “anécdota” al hecho de que dos secretarios de organización del Partido Socialista estén de corrupción hasta las cejas, es una frivolidad que ofende a todos y que lo aleja, todavía más, de una ciudadanía que no da crédito a lo que está sucediendo. El tema preocupa tanto al cuerpo social, que ya no se habla en las cafeterías de la teleserie de moda, no, el monotema es la corrupción en el Psoe y todos muestran su expectación por lo que se publicará mañana y así cada día. Sánchez no controla el relato, quizá por primera vez, no marca la agenda política y, lo que es peor, el también está pendiente del periódico de mañana por lo que pueda salir. Sánchez es el jefe de un gobierno que no puede gobernar, es rehén de unos socios que lo presionan y lo chantajean, es víctima de su propio invento.
Esto es lo que Rubalcaba llamaba “gobierno Frankenstein”, quizá el presidente, ahora lo entienda. Muchas son las expectativas sobre la posible convocatoria de elecciones y lamento decirles que, de momento. Eso no sucederá. Lo dejó bien claro otro socialista, Page, cuando afirmó que Sánchez quizá no pueda disolver las cortes por su propio interés. Sánchez ahora es rehén de si mismo, de su mujer, de su hermano, de Koldo, de Ábalos, de Cerdán, de Aldama, de Junts, de ERC, de Sumar, de Bildu… demasiadas bocas que alimentar desde la presidencia en su momento de mayor debilidad. La cara del líder socialista es un poema, el maquillaje no puede tapar la herida profunda que su partido presenta, muchas cornadas al mismo tiempo y sin defensa alguna. Pero Sánchez lleva hasta sus últimas consecuencias su “manual de resistencia” y se atornilla al sillón presidencial en el que, quizá, reciba una descarga eléctrica que lo fulmine en cualquier momento. En su huida hacia delante le ha llevado a decir que o gobierna él, corrupción incluida, o viene la derecha, es decir, que mientras el gobierne, aunque sea rodeado de corruptos será mejor para España que llegue una alternativa.
Hace bueno a Largo Caballero cuando afirmó que “el socialismo es incompatible con la democracia”. A pesar de las encuestas vergonzosas de Tezanos, el presidente entiende que la ciudadanía daría un castigo a este gobierno si se ponen las urnas y parece que está dispuesto a evitarlo como sea. Y a pesar de todo esto, la macro economía española va bien, pues imagínense como iría con un gobierno libre de corrupción. Ahora el apagón ya parece cosa del siglo pasado, la tal Leire otra anécdota del pasado y el uso de pagos por sexo pasan a ser pequeños vicios, parece ser que perdonables, y todo ante el silencio de las feministas que se manifiestan por todo aquello que no afecte a la izquierda más asilvestrada.
El sentido común nos dice que esto no puede seguir, que nuestra democracia está sufriendo un desgaste gravísimo y que el pueblo exige urnas para expresarse y poner las cosas en su sitio. Pero como no tengo fe en que Sánchez comparta nuestro sentido común, quizá este artículo no pase de ser otra anécdota en el argumentario oficial de Moncloa. Agárrense que vienen curvas.