Las cárceles de las mujeres

Ahora solo con denunciar los hombres ya tienen que ir a prisión”. “El feminismo ha ido demasiado lejos”. “Mis amigos se sienten incómodos”. Son frases que se escuchan no solo en los bares, sino en los parlamentos. En el Congreso. En medios de comunicación. La última la dijo el presidente del Gobierno. Mucho más peligrosos que los discursos negacionistas de la extrema derecha son los del machismo amable, el que con una sonrisa demócrata en los labios te pide, mujer, que no te empecines en querer cambiarlo todo ya. Al fin y al cabo, si hemos aguantado tanto... Las cifras son incontestables. También los casos que vemos cada día. Unas niñas acaban de ser asesinadas por su padre en Almería. Un padre que ni siquiera debería tener derecho a visitas. Mientras escribo esto, la guadaña machista acaba con la vida de una vecina de Ribeira.


Frente a las proclamas falsas, las que nos vemos obligadas a vivir en cárceles somos las mujeres. Esa es la tozuda realidad. La que vemos por la tele y la que tenemos al lado, cada día. Las mujeres tenemos un retrovisor en las alas que nos obliga, desde pequeñas, a programar los vuelos. A cancelarlos, cuando tienes la mala suerte de toparte con el que te hará la vida imposible. Aunque tú entonces no lo sepas. 
Estos días es la comidilla de todo el pueblo un caso de violencia de género. Porque de eso se trata, ni más ni menos. Una mujer que tiene que mirar cada día hacia los lados porque alguien decidió que no tiene derecho a rehacer su vida. Que el maltrato que sufrió no puede acabar. Que el dolor debe ser para siempre. Que si no es suya, no será de nadie. Los detalles morbosos los sabemos todos. Atrincheramiento, vídeos peliculeros en redes sociales...


Y mientras nos entretenemos, nos falta preguntarnos por qué. Por qué una mujer debe pasar por todo eso. Por qué seguimos asumiendo, con toda naturalidad, que al acabar una relación tendremos que seguir dando explicaciones. Por qué tiene que haber ni una sola mujer en peligro. Por qué?


Frente al machismo de cara lavada, el feminismo de toda la gente buena debe seguir cada día haciéndose estas preguntas. Porque en cada pueblo, villa, ciudad, hay vecinas en cárceles sin rejas. Mientras una sola mujer deba vivir con la policía en la puerta, el resto debemos gritar bien fuerte que no está sola. Que la entendemos. Que seguiremos batiendo juntas las alas para deshacernos, de una vez por todas, de los retrovisores.


Será posible.

Las cárceles de las mujeres

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