Un líder es, básicamente, una pira de pretéritos, presentes y futuros cadáveres; los de esos que se han inmolado, inmolan e inmolarán en su defensa y vasallaje más allá de la razón. Porque un líder es un ser irracional y perverso que toma como rehén a un hombre, a un pueblo, a una idea o a un ideal con el solo objeto de saciar su sed de poder, su ansia de sumisión, su perversa ensoñación de proveedor, su infinita necesidad de venganza.
Es oportuno preguntarse ¿dónde esconde los cadáveres de aquellos que osan desafiar su sinrazón? Y es lógico responder que, sobre esos despojos, alza su trono y engrandece su épica. En definitiva, baste decir que los miserables iluminan con el fuego de su perversión lo terrible de su ser y las víctimas blasonan de ejemplo y justicia su maldito quehacer.
Y cuando el líder nuestro de cada día se halla alicaído y contrariado, se puebla y repuebla la infausta pira, donde arden las dignidades intelectuales y humanas que adornan de natural al hombre, hasta que este decide entregarlas a ese ser en el que ha depositado sus esperanzas personales y sociales.
Un líder es un ser que nos avergüenza como seres humanos y como elementos patrimoniales de la humanidad. Y cuando se erige en dictador, es una maldición que hemos de soportar en la esperanza de derrocarlo, pero cuando emerge en el seno de una sociedad democrática solo resta padecerlo, mientras anda por nuestras vidas «como Pedro por su casa».