De conexiones líquidas y cabos

No es la primera vez que os hablo del término líquido acuñado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman y que nos explica que hoy en día “Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las relaciones con la gente. Y con la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre. “ En este contexto de no permanencia, de volatilidad parecería que establecer relaciones sólidas no es tarea fácil. 
 

Está claro que el entorno actual y el desarrollo de las tecnologías nos llevan a vincularnos entre las personas de una manera muy diferente a como, seguramente, lo hacían nuestros abuelos. ¿Cómo nos relacionamos? ¿con quién? y ¿para qué?, fueron las preguntas de arranque de un interesante taller en el que participé esta semana. Personas de distintos sectores de actividad, géneros, edades, experiencias vitales, compartimos ese espacio de debate que nos permitió abordar diversos puntos de vista en torno a las relaciones en el ámbito profesional y personal. Se pusieron sobre la mesa cuestiones comunes tales como la importancia de mantener las redes de contacto de cara no solo a generar oportunidades de negocio si no también, compartir conocimiento, colaborar, formarse e informarse. Surgieron cualidades básicas para crear esas conexiones como la apertura de mente, la flexibilidad, la capacidad de escucha y, en definitiva, salir de nuestra área de confort y atrevernos a ir más allá. Hablamos curiosamente de solidez en contraposición al “momento líquido”, lo digital frente a lo analógico, la frialdad de las pantallas que dista del calor de la piel. No cabe duda que cada ámbito recoge su momento y, como en tantas otras cuestiones, se trata de combinar y no ceñirse a un único tipo de contacto.
 

Más allá de esas preguntas de partida, la cabuyería nos aportó una magnífica metáfora de nuestros tipos de relaciones. Así como cada nudo se puede aplicar para cuestiones diferentes: unir dos cabos, atar un objeto, crear amarres para ligar dos objetos entre sí. Cada conexión que establecemos puede tener un fin y, por supuesto, un cómo.  En algunas etapas seguramente necesitamos relaciones sólidas, que nos afianzan y refuerzan nuestros valores, mientras que en otras nos conviene unirnos con la posibilidad de “soltar” cuando ya el proyecto o el para qué que nos enlazó ha llegado a término.  As de guía, ballestrinque, ocho, ahorcado, nudos y a la vez cualidades de los vínculos humanos: soltar, destensar, marcar límites, tomar conciencia de nuestra propia libertad.  
 

En definitiva, conexiones, cabos, que como los hilos con los que tejían Minerva & Aracne, nos llevan a diseñar los telares de nuestra vida. Redes abiertas, cerradas, sólidas, líquidas, digitales, presenciales. Así como Minerva confeccionó un bellísimo tapiz de hermosos colores, con los doce dioses y diosas más importantes del Olimpo desde su esplendor y majestuosidad, Aracne se esmeró en plasmar, con todo detalle, las aventuras de los dioses y sus amoríos más deshonrosos. Las dos visiones y “realidades” existen, simplemente cada quién observa con sus ojos y teje desde su “para qué”.  
 

¿Cómo es tu telar? 

De conexiones líquidas y cabos

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