Adiós a Christian, la sonrisa desde el balcón

Adiós a Christian, la sonrisa desde el balcón
Fachada del centro de día 'Abuela Esperanza', de Bata I Google

Sucedía muchas veces que durante nuestros paseos por Méndez Núñez, cuyo primer tramo desde A Constitución siempre se llamó en mi casa 'la calle del medio', una voz interrumpía nuestros pasos con un : "Hola, hola" desde un balcón. Si tardabas en mirar y saludar, el tono se volvía enfadado. Pero casi siempre te encontrabas con una sonrisa.

 

La sonrisa de Christian, buscando el contacto por sus recovecos. Crecer consiste en amanecer preguntándote cuándo hiciste aquello por última vez. Comerte unos chaskis, timbrar a los telefonillos y escapar... Christian dejó de interrumpir nuestros paseos hace un tiempo, porque la madurez también se asienta sin permiso en los cuerpos de los niños que no crecen.

 

Y un día se los lleva. Sucedió el viernes y su madre, Rosa, sigue dándole vueltas. Aún seguirá un tiempo, porque la fuerza de Rosa consiste en un amor por encima de las posibilidades de un mundo en el filo permanente de la guerra.

 

Aunque Rosa también sabe de batallas y de familias que se convierten en trincheras, cuando las circunstancias son el enemigo. Las circunstancias que sentaron a Juan, su hijo mayor, demasiado pronto en una silla de ruedas. Y después en una cama. Pero que también le dieron el cobijo para desarrollar una capacidad absoluta para ver el mundo desde la reflexión y la rebeldía tranquila, y un poder de ordeno y mando que, 15 años después de su marcha, nos sigue sirviendo de aliento a su madre, a su hermana Marta y a todos los que lo conocimos y quisimos. El viejoven que siempre luchó contra las injusticias.

 

Las circunstancias que pusieron a Carmen, la abuela de Christian, de Juan, de Marta, en la búsqueda de soluciones para que el mediano de los hijos (entonces el pequeño) pudiese tener una educación integral y acorde a su situación. La batalla que llevó a Christian a la justicia social, que es el sello de su otra familia. Familia Bata, recogía su esquela. Y no era una frase más. Allí estaban todos, despidiendo a uno de los suyos y arropando a Rosa.

 

Las circunstancias que pusieron a Marta lejos, en la Italia conmocionada por el Papa, el día en el que se fue Christian. Sin poder conseguir un vuelo, Marta, la pequeña, la alegría inesperada, llora al otro lado del teléfono, acompañando a su madre. Pronto descubrirá que sólo se van del todo los que nunca han sido amados. Pronto aprenderá a encontrarlo por los mismos recovecos por los que Christian unía saludos desde el balcón.

 

Son historias anónimas, como tantas de las que forman la Familia Bata, que se cuecen en los fogones tras las ventanas. Ninguna calle, pabellón o plaza llevará el nombre de Rosa, de Carmen, de los dos Juanes (también su padre emprendió vuelo), de Christian o de Marta. Ni siquiera de Bata. Pero quizás, si la persona que lee estás líneas levanta la mirada al pasar por su balcón, podrá entrar en el mundo que arropó a Christian, cosiendo cada una de las grietas por las que el sistema expulsa a la igualdad. 

 

Vaya por todas las familias Bata. Qué querido fuiste, Christian.

Adiós a Christian, la sonrisa desde el balcón

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