El Chalet de la Alameda, que el “abuelo” Ramón Beiras abrió en los años veinte del siglo pasado, inauguró un época de esplendor para una zona que hoy, casi cien años después y con rellenos de por medio, conserva el sabor de esa primera taza de café con la que los vilagarcianos inician el día a diferentes ritmos. Alrededor de la Confitería Beiras surgieron una serie de negocios que convirtieron no solo esta calle, sino la paralela, en uno de los centros neurálgicos de una ciudad que entonces todavía estaba bañadas por las aguas de la fértil y dañada Ría de Arousa.
Tuxa Beiras, la mayor de cuatro hermanas de la tercera generación de una familia de emprendedores, todavía siente en los huesos el frío de aquellas mañanas de invierno en el que el mar llegaba prácticamente a las puertas de un negocio que aprendió a mamar desde bien niña y al que acudían a endulzar la mañana aquellos que llegaban a Vilagarcía procedentes del otro lado de la ría. “Abríamos a las siete de la mañana porque venían los vapores de Riveira y A Pobra”.
Para ellos preparaban las mesas con sus manteles y allí era donde endulzaban la mañana, con los dulces cuyo recuerdo todavía hace la boca a agua de los vilagarcianos y cuyas recetas han pasado de generación en generación de Beiras. Tuxa era precisamente la que se encargaba de repartir estas delicias entre las “familias bien” de Vilagarcía. Una tarea que se repartía con su primo cada domingo. “Él como era hombre iba a las zonas más alejadas. A mí me tocaba el barrio de la Prosperidad”. Más tarde se encargaría de atender el negocio mientra que su hermana Kika se ocuparía del horno y también hacía repartos con la furgoneta. Cuando Tuxa anunció que iba a contraer matrimonio con un oficial de máquinas que residía en Ferrol, su padre le preguntó si el hombre estaría dispuesto a abandonar su trabajo por los pasteles. Y así fue como José María Garrote Calvo abandonó el frío metálico y los barcos por el calor del horno. Quince años después al marido de Tuxa Beiras le comunicaron que no le daban más excedencias en su profesión y tuvo que emigrar a Ciudad del Cabo para trabajar con Pescanova. La repostería quedó en manos de Martín Brianes, marido de Kika.
un jerez para las parejas
La Confitería Beiras era el lugar donde las parejas acudían a tomar una copa de jerez. “Teníamos una especie de bar donde era el único lugar donde se podía encontrar vinos de rueda. Yo atendía años que venían a la tertulia, éramos como un club selecto”, indica Tucha Beiras. Y es que los negocios de la Alameda se complementaban a la perfección. La mayor de las hermanas Beiras todavía recuerda la fisonomía de una calle en la que el suelo era de tierra. “Estaba el Nueva España, la de Antonio Barca, después señora Constanta que tenía una taberna donde ahora está el Pequeño Bar, el Chalet de la Alameda, la Banderita (otra taberna), La Marina, de José Santamaría, Lola con la churrería y una casita”, señala esta especie de enciclopedia humana que también recuerda que en la parte de atrás, hoy Méndez Núñez, “estaba el Submarino, hoy Sold Out, y en Romero Ortiz, al lado de donde hoy está Pampín, se encontraba la recordada Vicenta Merliña, con su burra. n