Los vieireiros acaban de poner fin a una campaña de 70 toneladas, de las cuales, unas 300.000 unidades se están congelando para su consumo a lo largo del año. Un consumo garantizado por un estricto reglamento plagado de controles desde antes incluso de su extracción y hasta la retirada y eliminación de sus vísceras, por parte de un gestor de residuos autorizado. De hecho, implica a todo tipo de autoridades, administraciones, entes privados y a los propios marineros en una cadena de seguimiento que empieza en el fondo marino.
El primer eslabón lo conforman los técnicos del Intecmar quienes analizan los ejemplares en su hábitat natural, determinando si los niveles de toxina amnésica (ASP) están por debajo del límite legal para su extracción. Y se asegura hasta el máximo, pues la exigencia es de dos negativos consecutivos para levantar la veda.
Una vez superada esta fase y abierta la extracción, los tests no se abandonan, realizándose uno por semana, además de un control final por lote de producto, ofreciendo una garantía total para su consumo. Del mismo modo, los controles se extienden a las embarcaciones participantes en la campaña de recolecta, que son visitadas durante la faena por los agentes del Servizo de Gardacostas, quienes también comprueban el cumplimiento de las reglas, como sucede en otros moluscos, es decir, de las tallas mínimas, los topes, número de tripulantes máximos... Y el control continúa en el punto de descarga, implicando incluso a técnicos de Sanidad, un departamento que, junto a la Consellería do Mar, también es quien autoriza a la planta de Mariscos Veiro para la evisceración y empaquetado del molusco que se distribuye en asociación con la Cofradía y Mar Ambroa en la empresa Porto de Cambados.
Según sus responsables, durante su estancia en la factoría, la vieira solo comparte un habitáculo con otros productos del mar con los que trabajan: la sala de depuración, aunque cada recurso permanece en su propia piscina. Y es que la sala de eviscerado está aislada del resto. Allí es donde las expertas operarias se afanan en retirarle el hepatopáncreas –donde se concentra la gran mayoría de los minoácidos peligrosos–, unos restos que se tratan como residuos altamente tóxicos y se depositan en contenedores especiales, cerrados herméticamente y retirados por la empresa Ártabra, un gestor autorizado que procede a su total destrucción.
Por todos estos motivos, las autoridades persiguen duramente la extracción furtiva de este recurso, porque solo con todo este riguroso y controlado proceso es seguro disfrutar del rico molusco.