Fecha, 2 de mayo. Más de 8.000 cruceristas acceden a La Coruña a bordo de seis barcos. Unos se desparraman por Santiago otros visitan la hermosa –hermosa, menos lo que ahora veremos– Marineda, y algunos –bastantes– se dedican a fotografiar diversos lugares de la Ciudad de Cristal. Unas decenas de ellos –que lo he visto yo– pugnan, en nutridos grupos, por fotografiar o filmar la cristalera (¡!) del lienzo de muralla que asoma en Puerta Real, delante de la fachada de la casa que fue morada de Alfonso Molina. Inútil intento: ¡Imposible fotografiar aquel estercolero! Las inmundicias, las cagadas de paloma y gaviotas, los cuatro dedos de polvo, la basura acumulada, todo hacía imposible vislumbrar, a través de la cobertura en absoluto diáfana vislumbrar, ni tan siquiera en sombras el lienzo de muralla que “descansa” al fondo del infernal agujero. Mientras –o al mismo tiempo– el alcalde, por decir algo, de La Coruña, se fotografiaba con una sonrisa de oreja a oreja con capitanes y autoridades en el puerto.
Los turistas que intentaron fotografiar el lienzo de muralla tuvieron que limitarse a leer el letrerillo en inglés, que viene a explicar que el lienzo data de entre los siglos XIII y XIV, que el perímetro de muralla era de 1.400 metros, con un ancho entre 2,5 y 1 metros y una altura de 4 a 8 metros. Que resistió a Drake en 1589 y que tenía torres defensivas que fueron reforzadas y ampliadas y puertas que comunicaban con los caminos de acceso a la villa y con los embarcaderos.
Nada más: de fotos, de imágenes, de recuerdos gráficos. Gracias a la desidia y a la permisividad de inmundicias de nuestro Gobierno municipal, los turistas han podido llevarse una imagen de auténtica porquería de la historia de nuestra ciudad.
Sabiendo que llegan seis barcazos a nuestros munícipes populares no se les ocurrió ni tan siquiera pasar un escobón por el lienzo de la muralla, horas antes.