El pregón de Sánchez

El hartazgo por la inmovilidad y los hábitos creados en la práctica de la llamada distancia social contribuyen a forjar una sociedad con fobia al contacto físico. O sea, una sociedad condenada a la deshumanización, el recelo mutuo y las desigualdades que acaban generando resentimiento entre iguales.


En esas condiciones, damos por buena la sobredosis de optimismo administrada por el presidente del Gobierno en su última comparecencia pública. Sea bienvenida cualquier profecía sobre el fin de la pesadilla, aunque venga sobrada de intenciones electoralistas, como ya se ha señalado en los corrillos políticos y mediáticos.


Es tanta la esperanza que vale la pena aparcar el miedo. Así que no cuestionemos la intención sino la credibilidad del compromiso que anuncia que el fin del estado de alarma será dentro de un mes, la entrada de ochenta y cinco millones de vacunas en los próximos seis meses y el setenta por ciento de españoles inmunizados a principios del próximo mes de septiembre.


Por la cuenta que nos trae. Basta pensar en lo que animaría el turismo lograr en el verano la llamada “inmunidad de rebaño”. Hablamos de nuestra primera industria nacional. Y el caso es que en junio, según los cálculos de Moncloa, la vacunación no habrá alcanzado siquiera a una tercera parte de la población española. Mala noticia.


Insisto, que la esperanza no se rinda al miedo. Que la realidad no arruine los compromisos de Sánchez, al margen de que su pregón se haya hecho mirando a las urnas madrileñas del 4 de mayo. El temor fundado, a juzgar por los antecedentes, es que ese optimismo empiece y termine en sí mismo. Simplemente, porque no depende de Moncloa.


Hay numerosas variables que pueden arruinar el pregón de Sánchez: los planes de las farmacéuticas, las contrataciones de viales centralizadas en Bruselas, la fluidez de los suministros, la presión de la cuarta ola que ya habita entre nosotros, o, sin ir más lejos, nuevos frenazos en la vacunación con viales de Astra Zeneka, tras la reiteración de episodios que la relacionan con indeseados efectos colaterales (atentos a un nuevo pronunciamiento de la Agencia Europea de Medicamento, previsto para este miércoles).


Por todo lo cual, procede decir amén al pregón de Sánchez. Pero con la boca pequeña porque queda claro que el ritmo de vacunación no depende del Gobierno y tampoco sería la primera vez que se anuncian plazos fallidos sobre el fin de la pesadilla. Al propio presidente le traiciona el lenguaje cuando dice: “Estamos en el principio del fin, como ya he dicho en alguna ocasión”. Pero el “principio” es un elemento fijo, y no variable, en el discurrir del tiempo. Lo cual invita a preguntarse si el “principio” es ahora o ya fue en “alguna ocasión”. 

El pregón de Sánchez

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