vamos a ponerles un supuesto. Resulta que tenemos en nuestro club privado –llamado Espein, por ejemplo— a un señor simpático y campechano de apellido altisonante, que desempeña con gracejo la labor de relaciones públicas para la entidad. Su remuneración es requetebuena; como para vivir a cuerpo de rey, vaya. No pareciéndole suficiente y aprovechándose de su cargo, va poniendo el cazo aquí y allá y ligando con todas las mozas ligaderas. El tiempo destapa todos sus chanchullos, dejando en vergüenza a su familia, a sus amigos y al club que le paga –o sea, Espein—. Vamos a ver, si a nosotros nos pasase eso –de que nos descubrieran– y tuviésemos una mínima decencia, claro, nos esconderíamos, no sé... en Dubái, por ejemplo, y no asomaríamos ni el bastón hasta el fin de nuestros días. Ahora bien, si fuésemos unos jetas y nos importase un pito volver a avergonzar a la familia y a Espein a lo grande, pues apareceríamos, por ejemplo, en un funeral de estado de esos que retransmiten vía satélite a todo el mundo, para no pasar desapercibidos. Lo que se dice ser una mosca co..., vaya.