Bailen lo que ustedes quieran

Asumo que escribo esta columna ignorando todo cuanto podría suceder, sabiendo que cualquier escenario es posible. Habré ejercido mi derecho a voto y escribiré, todavía no sé sobre qué, pero con la certeza de que ustedes me leerán conociendo los resultados electorales de nuestra comunidad.


Con la política me di por vencida hace mucho tiempo, pero nunca he perdido el interés por estos espaciosos domingos electorales, tan dispuestos a dar cabida a cambios que se anuncian excepcionales. ¿Qué cambiará mañana?, me pregunto. Probablemente todo y probablemente nada. Corríjanme si estoy muy equivocada.


Tengo una posible lista sobre qué escribir. Se amontonan los temas durante la semana, para desmoronarse con inmediatez mientras aterrizan otros nuevos en forma de palabras. A ver, que escribir es también esforzarse en mirar:


Zorra, campo, descontento agrícola, precios, Bruselas, premios Goya, narcotráfico, amor, inflación, muerte, niños asesinos, carnaval, poder, manifestaciones, indultos, Barbate, dolor, reivindicación, feminismo, discurso, Sigourney Weaver, Parlamento de Galicia, Navalni.  No sigo. ¿Qué escribo como compensación de tan desiguales asuntos?


Sobre amor, me dicen en casa. Pero sobre amor es lo más difícil y he llegado exhausta al fin de semana. Incluso es mucho más complejo que tratar de comprender de dónde vienen los arquetipos y de resignificarlos, ya saben: histérica, zorra, neurótica, loca, puta. Cuidado con cómo nos empoderamos. Cuidado con cómo quieren empoderarnos. Cuidado si no estás de acuerdo en empoderarte así. Dejen de narrarnos ahora como nos narraron por siglos. No es necesario. ¡Pero en ese charco no te metas!, me sugieren. Y llevan razón. Suerte en Eurovisión.


Me voy a la literatura. Decidido. Es la herramienta más democrática del saber que conozco. Leer es la constatación de un deseo de apertura que mantiene nuestra libertad individual y nos hace pertenecer a una comunidad. ¡Bailen lo que ustedes quieran! Pero ni me inviten a la pista, ni me etiqueten por ello.


He vuelto a leer República luminosa, de Andrés Barba. Un libro difícil, muy valiente, de universo conradiano, que cuestiona la bondad de la infancia, que enfrenta civilización y barbarie. Me he caído en todos y cada uno de los poemas que recoge Los heraldos negros, de César Vallejo, y he acabado con Noche fiel y virtuosa, de Louise Glück. Me quedo aquí: «Cerré mi libro. Tenía todo por detrás, todo en el pasado. Por delante, como he dicho, el silencio».

Bailen lo que ustedes quieran

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