Ya no pido personas con un mínimo sentido de estado sentadas en el consejo de ministros, cosa que sería más que razonable e incluso exigible, casi me conformo con que alguna de ellas tuviera un poco de sentido común. Que el fiscal general del estado se siente en un banquillo como procesado es una anomalía que no tiene precedentes. El absurdo es de tal calibre que se dará el caso de que la Fiscalía que actúe en ese juicio tendrá que someter a un tercer grado a su propio jefe, ni más ni menos que el propio fiscal general. Ya se pueden imaginar el escaso margen de libertad que tendrán esos fiscales bajo la atenta mirada de su superior jerárquico. Vamos, que podrían desarrollar la vista en la mesa camilla de la casa de su jefe y ya estaríamos en la “parodia nacional”.
Agrava la situación el hecho de que el propio presidente del gobierno respalda a “su” fiscal y lo mantiene a pesar de todo. En septiembre se iniciará el curso judicial y este fiscal procesado posará al lado del jefe del estado para la foto oficial, una humillación más a la que el Ejecutivo somete al Rey de España. En este ambiente tan poco edificante, nuestros políticos se han enzarzado en una guerra de títulos universitarios que avergüenza a toda la ciudadanía. Recuerdo otra clase política de nuestra democracia en la que los escaños eran ocupados por personas de prestigio y con carreras profesionales más que contrastadas. Hoy no es así, los y las ministras no tendrán títulos o los tendrán falsos, lo que sí tienen son tatuajes, un síntoma de distinción sin duda alguna. Y con estos mimbres ya se imaginan el cesto que hacemos.
La corrupción ocupa y preocupa a todos los ciudadanos, pero la tranquilidad con la que los responsables políticos llevan el tema sonroja al más humilde de los penitentes. Que si la mujer del presidente, el hermano, Cerdán, Ábalos, Koldo, Montoro y un largo etc., a ellos les da igual, nos tratan como borregos y además nos exigen a los ciudadanos que seamos estrictos en nuestras obligaciones fiscales porque al más mínimo error te cae una sanción sin dolor alguno para ellos. Eso sí, pagamos mientras escuchamos audios en los que se reparten miles de euros de mordidas, nos dicen que nuestros impuestos son para mantener la sanidad, la educación y los servicios públicos, pero ya sabemos que no es toda la verdad, también se llevan nuestros dineros las comisiones que se reparten sin pudor.
No recuerdo, en democracia, un ambiente más tóxico para la salud democrática, pero tampoco una clase política de más bajo nivel que la que “disfrutamos” hoy. Lo peor, amigos lectores, es que en España nunca pasa nada. Nos están acostumbrando a convivir en este ambiente con naturalidad, empujándonos a la resignación, a tragar con todo y sin más recurso que votar cada cuatro años con la esperanza de que algo cambie, pero ya son muchos españoles los que están perdiendo la esperanza.
Todo indica que estamos condenados a soportar toda esta basura por muchos años, quizá para siempre. Ahora tienes que tener suerte hasta para ser juzgado, si eres de derechas y te toca un magistrado “progresista” lo tienes mal y viceversa. Nunca imaginé una justicia tan poco ciega ni un Tribunal Constitucional al servicio del poder. Nuestras garantías, esas que nos hacen iguales ante la ley, han saltado por los aires. Ahora puedes ser un prófugo de la justicia y gobernar España, Puigdemont, puedes ser un etarra condenado y ser tratado como un hombre de estado, Otegui, pero también puedes ser una persona responsable y cumplidora y ser tratado como un paria, usted y yo.