Juego de niños

Nada nuevo día me sigue aterrando ver en la televisión las imágenes y el sonido de los bombardeos que están arrasando al pueblo ucraniano. Las imágenes me destrozan el corazón y mucho más cuando veo a esos niños escapando del horror de la guerra acompañados de sus madres y con la mirada perdida sin saber lo que está pasando.

Hace unos días fui testigo de la llegada a Santiago de un grupo de madres ucranianas con sus hijos. Unos niños que con la mirada agradecían lo que se estaba haciendo por ellos sin saber muy bien porqué y que eran tranquilizados por sus progenitoras, al tiempo que le daban alimentos y juegos para hacer más llevadera la llegada a un lugar que para ellos era totalmente desconocido.

Una de las madres, que se expresaba con fluidez en nuestro idioma, además de la odisea pasada, habló de la necesidad de inculcar en los niños de más corta edad que se trataba de una especie de juego. Escuché como uno de ellos se refería al aterrador sonido de las bombas de la guerra como si fuesen cohetes de los que se lanzan en las fiestas.

Lo que contó aquella madre aterrada por la guerra me hizo rememorar una gran película, “La Vida es Bella”, en la que un padre confinado en un campo de extermino se lleva a su hijo y le cuenta que todo es un juego, y que dentro del juego la parte fundamental es que tiene que esconderse para que no lo encuentren.

En términos parecidos a como se expresaba aquella madre hablan también los profesionales que atienden a estos niños en estos momentos tan difíciles, y en los que su mundo ha cambiado totalmente por la sinrazón de ese destructor criminal que se llama Putin. Las madres, ocultando las lágrimas para que nos las vean sus hijos, junto a los especialistas en los tratamientos psicológicos, tienen un trabajo muy importante en los próximos tiempos. Los niños que se quedan con las miradas fijas ante el que les ayuda y les ofrece algo, te atraviesan el corazón. Sin decirlo te están diciendo con los ojos que no saben lo que pasa pero que son conscientes de que es algo malo.

El juego, como decía aquella valiente madre ucraniana, tiene que continuar para que una vez que los niños salgan de él puedan empezar a vislumbrar ese mundo mejor, muy lejos de su tierra, que entre todos tenemos que ofrecerles. Esa mañana en Compostela, cuando bajaron del autobús, el corazón me dio un vuelco. Con sus ojos, sin articular palabra, me dijeron todo lo que están pasando.


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