La opacidad de la transparencia

El apagón ha dejado claro lo oscuro de nuestro devenir, ese en el que todo espanto o tribulación ha de ser, sin atender a su naturaleza, analizado a la luz del más impenetrable de los oscurantismos, el que propician aquellos que dilapidan nuestro erario y recursos en la noble tarea de rayar lo oscuro hasta opacarlo de feroz transparencia.


En esta tarea son realmente eficaces; ya me gustaría que lo fuesen también en adelantarse a la tragedia para prevenir o paliar sus efectos, pero no seamos ingenuos, esa claridad los tornaría en grises gestores ante su público acostumbrado, como en todo mundo decadente, a la arena del circo y la sangre. Y ellos lo saben (es lo otro lo que no saben) y nos lo dan.


La acción política pasa hoy por el acalorado debate de todo desastre y a eso se le llama refinamiento democrático. Porque no siempre ha sido así. Hubo tiempos oscuros en los que lo que hacían los responsables era forzar la ocultación para mantener el fatal sosiego. Hoy, sin embargo, toda tragedia ocurre como siempre y como siempre impune, pero tiene como nunca utilidad política y, como la tiene, se la aprovecha como se debe; porque el ciudadano tiene derecho a saber y para saber debe conocer todas las disparatadas versiones que circulan en el nombre de la transparencia democrática, el buen gobierno y la mejor oposición. Razón por la que hoy tenemos netamente claro que hubo un ruidoso apagón que nos dejó silenciosamente a oscuras.

La opacidad de la transparencia

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