La turbamulta

Por una vez, que ojalá sirva de precedente, los usuarios de las redes sociales han mostrado más cordura que los usuarios de la vida a pelo, analógica, real: se han espantado con las imágenes de la turbamulta que cayó sobre el centro de Madrid en el pasado puente, y sus “memes”, que suelen buscar una originalidad y una chispa que no siempre encuentran, se han visto seriamente condicionados en ésta ocasión por el horror de las imágenes de esas muchedumbres deambulando hacinadas y friolentas, sin orden ni concierto, por la vía pública.


No es cosa nueva que sobre la zonas más emblemáticas de la capital caigan en puentes, fines de semana y fechas más o menos vacacionales masas de criaturas en busca desesperada, según parece, de productos que fácilmente podrían hallar en sus localidades de residencia: churros grasientos, bocadillos de calamares que son son calamares, décimos de Lotería que no tocan y ruido, éste sí, verdadero ruido. También espectáculos musicales de digestión rápida, de los que se tarda más en ver que en olvidarse. No es nuevo éste fenómeno, ciertamente, pero lo del pasado puente batió todos los récords no ya de aforo, sino de sinsentido, a menos que el sentido oculto fuera el de ligarse con la masa informe, ligarse hasta diluirse en ella.


Uno, que vivió durante más de treinta años en el centro de Madrid, ha sufrido más de un aquelarre multitudinario de esos, pero entonces uno no podía ver ni analizar gran cosa porque toda la energía mental y física había que emplearla en sobrevivir. En una ocasión, una súbita turbamulta me pilló saliendo de una apacible tienda de ultramarinos que había en una de las bocacalles de la Plaza Mayor, y casi no lo cuento. Mucho peor hubiera sido, sin embargo, que en las aglomeraciones de éste puente un petardo hubiera provocado una estampida en el atestado espacio sin vomitorios, o que cualquiera de los cientos de miles de personas sumidas en la masa, o cualquier vecino o empleado de los comercios de la zona, hubiera necesitado atención sanitaria urgente.
Lo que se vivió en Madrid nada tuvo que ver con el esparcimiento, sino con la estabulación, que es lo contrario, con el consumismo de miranda y de compranda (¡ese Primark asaltado por las turbas!) y con el gregarismo más exacerbado. Lo que se vivió en Madrid, en fin, nada tuvo que ver con la vida, que por eso los usuarios de las redes, que no estaban allí, exhibieron esta vez mayor cordura.  

La turbamulta

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