Gabriela Pisciotti es la vicepresidenta de Areva. Ella ha vivido en su propia piel la enfermedad del acoholismo y hoy nos cuenta su experiencia y cómo Areva ayuda a enfermos y familiares.
¿Cómo vive un alcohólico reahabilitado en una sociedad en la que beber es algo tan habitual en casi cualquier evento?
Es difícil. Determinadas fechas, sobre todo. Cada uno tiene su talón de Aquiles. A mí, por ejemplo, el verano me afecta bastante. Es una sociedad en la que el alcohol está muy normalizado y los raros somos nosotros, los que rechazamos una copa. Con los años uno se va acostumbrando, pero para los que empiezan es muy difícil. Por eso una de las herramientas que las terapeutas nos dan en Areva es cambiar de hábitos o de lugares a los que solíamos ir. Aunque en mi caso yo bebía a solas, como la mayoría de las mujeres.
¿Deberían las instituciones hacer algo para limitar el consumo?
Es muy difícil porque el alcohol mueve mucho dinero. Lo importante es que la gente esté informada y sepa que es una enfermedad, porque todavía no se tiene asumido. No es algo que uno elige porque nos encanta estar borrachos. No. Es una línea que se traspasa y no nos damos cuenta cuando la traspasamos. Se cree que en los alcohólicos, como en cualquier adicto, hay una tendencia genética a engancharse a determinadas cosas. Es una enfermedad de por vida y la única cura es no beber.
¿Cómo nos podemos dar cuenta si hemos traspasado la línea entre beber y ya tener un problema?
Nos damos cuenta, aunque lo neguemos. Es una línea muy tenue, pero un indicio es cuando ya no bebes por placer sino para aplacar la necesidad, la desesperación que te da el no tener alcohol en el cuerpo y, sobre todo, en el cerebro.
¿Cómo son las terapias grupales? ¿Se parecen a las de las películas?
Se parece en que están en grupo, solamente. Pero con Alcohólicos Anónimos hay determinadas cosas que no compartimos. Por ejemplo, nosotros sí podemos acudir con los familiares, algo que es bueno porque ellos también tienen que aprender cómo manejarnos. Y están muy quemados, los pobres, porque somos profesionales de la mentira. Otra de las cosas es estar en grupo con personas iguales a nosotros y que no nos juzgan si tenemos una recaída. Escuchar la experiencia de otros nos ayuda mucho.
También hay especialistas, ¿no?
Sí. Tenemos dos terapeutas: Jéssica Rodríguez, psicóloga, y María José Fabeiro, enfermera especializada en adicciones. Son las que nos aguantan y nos sostienen. Tenemos dos sesiones semanales y luego, como toda terapia, hay que seguir trabajándolo en casa.
¿Qué perfil de usuario tiene Areva?
Hombres y mujeres estamos parejos. La edad media serían los 50 años, porque es cuando empiezan los problemas de salud. Hay gente que lleva bebiendo desde los 14 años. Es muy difícil en las personas que viven solas, porque nadie las está controlando.
¿Cómo empezó usted a beber?
Con la menopausia. Estoy diagnosticada con depresión hace años, como la mayoría de los compañeros. La ida de los hijos de casa también me influyó. Empecé un coqueteo y luego lo dejé como 10 años. Un mal día dije “qué ganas de tomar un vino”. Empecé de a poco a comprar botellas, que cada vez me duraban menos. Luego pasé a la cerveza y llegué a un punto de beber todos los días, desde la mañana, si podía. Yo soy profesora, tenía alumnos en casa, y los dejaba allí para poder ir a comprar cerveza al super. Hasta ese punto de inconsciencia. Tuve caídas importantes... y ahí empecé a darme cuenta de que no era controlable y no lo puedes lograr solo.
¿Es imposible superarlo solo, no?
No se puede. Habrá alguno, pero todos lo intentamos solos y no dura. Te escondes, mientes, haces artilugios para que la lata cuando se abre no haga ruido... En mi caso, el que fue a buscar los folletos de Areva a una de las carpas informativas que hacemos, fue mi marido. Quedaban ahí hasta que un día dije “basta, quiero recuperar mi dignidad”. Me daba vergüenza, porque la gente se da cuenta, te sienten el aliento, te ven los ojos...
¿Cómo trata la sociedad a los alcohólicos rehabilitados?
Como extraterrestres. Hay gente que sí se alegra y te felicita, pero por lo general lo toman como que somos unos raros y aburridos. Pensamos que se ven reflejados. Estamos dejando el alcohol, algo que ellos no se atreven, y te rechazan. Por eso nos recomiendan quedarnos con los amigos verdaderos, no los colegas de tragos. Y te quedas con pocos. Hay gente que también te sigue insistiendo.
¿Insisten en que beba aún sabiendo el problema?
Sí. Te dicen “una no te va a hacer nada”. Sí que hace. Te arrastra a seguir bebiendo. Incluso no podemos beber cerveza sin alcohol, que no existe. Pero no podemos tomarla psicológicamente, porque sabe a cerveza y el cerebro te pide más. Es un riesgo innecesario. Yo estuve dos años sin pasar por la Baldosa porque ya el olor a tapa te remueve.
¿Cómo actuar si alguien cercano tiene este problema?
Primero, esperar a que esté sobrio. No se puede tratar el tema con una persona que está bebida, porque no lo va a entender y puede reaccionar agresivamente. Después, tratar de convencerlo de que se informe. Tenemos compañeros en Areva que han venido voluntariamente obligados, para demostrarle a la familia que no es alcohólico. Después se terminan dando cuenta de que sí.