No era difícil ver a Manuel Charlín Gama por las calles de Vilanova de Arousa como un jubilado más, paseando por la costa o tomando unos vinos al sol del paseo marítimo. Disfrutaba de lo arrebatado tras casi treinta años de entradas y salidas de prisión, porque la suya es la historia de uno de los señores de la droga de Galicia, el más veterano, que falleció el viernes en su casa de Xesteira.
Una vecina lo encontró sobre las seis de la tarde en el suelo, boca abajo y rodeado de un pequeño charco de sangre. Hasta el lugar se desplazaron los servicios sanitarios pero nada pudieron hacer por su vida, y aunque la Guardia Civil ha abierto diligencias y se le practicará la autopsia, la principal hipótesis es que murió de un desafortunado golpe en la cabeza tras sufrir un tropiezo con el portal de su finca. Tenía 89 años y nunca salió de las crónicas de sucesos.
Siempre le gustó mantenerse en forma: “En la cárcel lo único que hacía era cuidarme para el momento de salir”. Él mismo lo decía en 2010 a las puertas de A Lama tras cumplir los 20 años en que quedaron sus 33 de condenas firmes –por un alijo de cocaína de 600 kilos y blanqueo de capitales– al beneficiarse de la refundición de penas del Constitucional.
Cuando saltó a la fama nacional, en los 90, ya era un hombre de mediana edad, pero su historia también es la de una familia. No en vano le llamaban el “patriarca” de un clan salpicado por multitud de procesos judiciales relacionados con el tráfico de drogas, ajustes de cuentas y hasta atropellos mortales. Su mujer, sus seis hijos, sobrinos, nietos... Todo un galimatías difícil de resumir. Charlín Gama siempre negó dedicarse a un negocio que lo encumbró como uno de los capos junto a Laureano Oubiña y Sito Miñanco.
El estraperlo primero, el contrabando de tabaco después y la cocaína finalmente, rondaron a “El viejo” desde los 80, cuando empezó a llamar la atención por la detención ilegal de un empresario vallisoletano que le hizo pisar cárcel. Un hilo de los muchos que empezó a enmadejar Baltasar Garzón en lo que luego fue la primera operación “seria” contra el narcotráfico en Galicia, la “Nécora”.
Famosa es la imagen del vilanovés durante el macrojuicio celebrado en la Casa de Campo de Madrid en el 93. Un hombre en los 60, vestido de traje y con un periódico sobre el rostro destacaba entre el medio centenar de procesados. Su objetivo: ofrecer la imagen de un hombre de pueblo dedicado al honrado oficio de la conserva. Pasó cuatro años en preventiva, pero quedó absuelto en una sentencia muy criticada por las asociaciones antidroga.
No se pudo demostrar fehacientemente que el atún blanco del que hablaba en unas conversaciones intervenidas era en realidad cocaína. Pero lo cierto es que en la lucha antidroga siempre lo consideró como el encargado de abrir las puertas a los cárteles colombianos de la cocaína con unos primeros contactos en la Modelo de Barcelona, pero también a las mafias marroquís del hachís. Siempre lo negó, decía que no le hacía falta: su conservera iba bien.
Su primera y única condena por narcotráfico llegó en 1999, pero los charlines empezaron a sufrir verdaderos aprietos a partir de 2008, cuando una investigación fiscal concluyó con el embargo de todo su patrimonio valorado en 30 millones de euros. Se tardó años en vender y finalmente el dinero se destinó al pago de las multas milmillonarias impuestas al clan y no al plan de ayuda a la drogodependencia: La familia se declaraba en bancarrota, aunque curiosamente sí apareció dinero para recuperar algunos de esos bienes. El cocedero Charpo y el Pazo de Vista Real eran dos de sus emblemas. El primero cayó bajo la piqueta en 2011 y hoy está ocupado por el flamante Auditorio Valle-Inclán y el Concello de Vilanova convirtió el segundo en un centro de formación.
Charlín Gama falleció con una causa pendiente por presunto blanqueo de capitales y siempre fue la alargada sombra de cualquier actividad delictiva atribuida a la familia. En 2018 él y uno de sus hijos recibieron la tremenda paliza de unos encapuchados en el chalé de Xesteira en lo que siempre se barajó como un ajuste de cuentas que le dejó varias costillas rotas. Unos meses después, una macrooperación le hacía pasar una nueva, aunque breve, estancia en prisión. Su nombre era un común en muchos sumarios y en aquella ocasión se lamentaba amargamente: “Me han detenido por nada”.
Lo cierto es que quedó al margen de tres investigaciones de la Audiencia Nacional y de la macrocausa del narcobuque Titán III, a pesar de las acusaciones directas de otros procesados. No obstante, más sonada fue su exculpación del asesinato de Manuel Baúlo, jefe de los Caneos y colaborador de Garzón en los 90.
Nunca salió del foco y no solo por este turbio pasado. Entre 2011 y 2019 pasó varias veces por los juzgados por delitos contra la seguridad vial, una denuncia de abusos sexuales a un menor, que quedó en nada, y acusaciones de quemar el coche a los inquilinos de un edificio de su propiedad que adeudaban alquileres y suministros.
Quienes le conocían aseguran que nunca le faltó temperamento, tenía fama de duro y casi se convirtió en una caricatura a raíz de la serie de ficción “Fariña”. Sin embargo, siempre parecía implacable.