El idioma del poder

Es el eterno salmo de la política. Y de sus oficiantes. Lo usó el aun ministro de Exteriores en funciones, José Borrell, mientras se examinaba ante la comisión del Europarlamento, como aspirante al cargo de alto representante de la diplomacia europea. A saber: “Europa tiene que aprender a usar el idioma del poder”. En ajedrez sería como una recomendación de jugar siempre con blancas. Supone empezar la partida con un primer movimiento. Ir por delante en el cálculo de las jugadas venideras y desactivar la estrategia del adversario. Adelantarse, condicionar al rival, desanimarlo, dejar ver pronto quien manda en el tablero.

Falta le hace a la UE acostumbrarse a usar el idioma del poder para mejorar su autoestima, tocada en estos años. Al tiempo que Rusia y China ganaban visibilidad en el tablero, los EEUU de Trump se desentendían del atlantismo y miraban a Europa como un mal socio que ni sabe cuidar ni cuida de sí mismo. Pero la alabanza del poder como lema de ganadores es de general aplicación. A la política doméstica, sin ir más lejos. Y es resultón si se hace un uso inteligente del mismo. Si no, estaremos ante un vano exhibicionismo de musculatura. O peor, una malversación de fuerza política asociada a un líder o un partido alfa. Entonces los efectos pueden ser contraproducentes.

Que Sánchez diga que hay que desterrar la corrupción del PP en Andalucía no es rentable donde el clientelismo ha sido fuente de prácticas inmorales por parte de su partido. Y si un presidente interino promete actualizar las pensiones de 2020 de acuerdo al IPC “aunque el Gobierno siga en funciones” y al hacerlo por decreto deba motivar que le mueven razones de “extraordinaria y urgente necesidad”, tampoco escapará a las acusaciones de “descarado electoralismo” de todos sus competidores sin excepción.

Pero ningún ejemplo tan clamoroso de uso indebido, inoportuno, ineficaz y contraproducente de lo que Borrell llama el idioma del poder como la reciente moción de censura presentada por Lorena Roldán (Ciudadanos) contra Torra. Aquí también cursó el electoralismo como palanca de una iniciativa destinada a debilitar al farsante queocupa la presidencia de la Generalitat. Antes o después el ensueño se desvanecerá por la fuerza de la razón. No por irrelevantes puestas en escena condenadas al fracaso de antemano y cuyo único resultado visible ha sido la de enfrentar a las fuerzas de compromiso constitucional. Los independentistas, encantados.

El idioma del poder

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