Sueños de ayer

La época dorada del cine coruñés sucedió entre las décadas de los cuarenta y setenta del siglo pasado. Salíamos de la guerra incivil, rondaba el hambre y el recorte de libertades era patente, tanto políticas –brigada de investigación social– como morales –“con la Iglesia hemos topado, Sancho”–. Una censura férrea que no impedía ilusionarse volcándose en aquellas pantallas: ridículo culto a la personalidad proyectando la fotografía de Franco mientras sonaba el himno nacional; calificaciones religiosas sobre películas buenas, pasables, peligrosas y rechazables; o el no permitir el acceso a los locales a los menores de 16 años.
Pero las salas de exhibición brotaban en cualquier barrio, reservando las del centro para estrenos semanales con butacas numeradas. Paradójicamente, cuando el nuevo Estado hablaba de superar la lucha de clases, derechas e izquierdas, una observación objetiva afirmaba lo contrario. Tal La Terraza y el Kiosko Alfonso, sitos en el relleno de Méndez Núñez y que disponían de derecho y revés, el primero contaba con piso alto –donde acudían horterillas y empleados del tres al cuarto–y piso bajo ocupado por trabajadores, marineros, cigarreras y gentes de modesta condición.
Se elegían sitios para alzar salas de proyecciones cinematográficas. Hasta los Tomasinos ofrecían pelis –tapando con la mano besos y otros pecados que guardar–en el edificio Cornide. Necesitábamos soñar y huir de la pesadilla sufrida. Meternos en aquellas dos horas mágicas suministradas por la industria de Hollywood donde era posible encontrar el New Deal de F. D. Roosevelt vencedor de la “Gran Depresión y del Paro”. A vuela pluma cuento diecisiete salas herculinas independientes en alguna de las cuales se permitía fumar. También recuerdo los cortos de la Fox, los documentales geográficos, cómics de Disney... y el mismísimo Nodo que ponía el mundo al alcance de los españoles...

Sueños de ayer

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