El yugo del primitivo

Pasó el día y con él se terminaron buena parte de los debates públicos y privados acerca de la violencia machista. Una vez que se apagan los focos y se guardan las pancartas reivindicativas llega el momento de lo cotidiano, o sea, la situación más complicada para las mujeres que corren el riesgo de sufrir la peor de las dictaduras y la opresión en sus propios hogares.
Vivimos en una sociedad edulcorada, plagada de estereotipos y declaración de buenas intenciones para quedar bien en nuestra vida pública. Los expertos coinciden en que la educación en igualdad es esencial para evitar episodios de dramática violencia en el futuro, pero algo estamos haciendo mal en este aspecto cuando las actitudes machistas, intolerantes y controladoras entre los jóvenes se acrecientan, según los últimos estudios publicados con motivo de la celebración del 25-N.
Tener que mostrar el móvil a la pareja para que escrute los mensajes recibidos y enviados o vetar amistades y comentarios en las redes sociales son otras formas de control al que están sometidas algunas chicas bajo el chantaje afectivo, ese que comienza por un par de tonterías, continúa con la supervisión de la vida social, cosifica a la persona y acaba con el drama de “la maté porque era mía”.
Estas jóvenes todavía están a tiempo de librarse de quien en un futuro puede ser un torturador o un verdugo, pero necesitan disponer de mecanismos de ayuda visibles. Lo mismo ocurre con las situaciones de maltrato en el seno del matrimonio o de la vida en pareja porque aquí también juegan un papel decisivo las distintas administraciones, que deben actuar coordinadas en función de las competencias de cada una de ellas.
La dependencia económica es en este momento el peor aliado de las campañas contra el maltrato hacia la mujer. La falta de trabajo, unido a las deudas contraídas en el seno de la familia como el pago pendiente de la hipoteca, del préstamo del coche u otras obligaciones, junto a la necesidad de alimentar y vestir a los niños hacen que muchas mujeres sigan condenadas a vivir en un infierno si no ven una salida clara.
Estos son casos extremos que merecen atención inmediata y actuación de la justicia, pero en nuestra vida cotidiana se producen otras situaciones que consideramos normales y, sin embargo, suponen la antesala de lo que podría suceder en el futuro. Son los denominados micromachismos y se dan más a menudo de lo que parece. Están presentes, por ejemplo, en un comentario sobre la vestimenta, en los bares cuando una pareja pide una bebida con alto grado de alcohol y un batido, en los regalos diferenciados para niños y niñas, cuando a un padre que cuida de sus hijos se le dice que ejerce de “niñera”... y así hasta en las labores de la casa, donde se da por bueno que el hombre ayude o colabore en lugar de compartir y asumir responsabilidades.
Todo pasa por la educación, por la asunción de valores de igualdad como personas y sin distinción de género. Estamos en el siglo XXI y ya va siendo hora de erradicar los hogares cárcel que subyugan a mujeres y niños con el primitivo argumento de la ley del más fuerte.
Está bien que se visibilice todo esto el 25-N, pero también que se dote de más recursos económicos y humanos a la prevención y atención.

El yugo del primitivo

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