Luz y diversidad

La celebración del “Black Friday”, heredado de Estados Unidos y que inaugura la temporada de compras navideñas con descuentos significativos en todos los productos, se ha convertido en poco tiempo en un fervor para los consumidores, que llegan a esperar con ansia este día y todo lo que lleva aparejado para lanzarse a comprar aquello por lo que llevan tiempo suspirando a un precio más reducido de lo normal.
Este evento, que tiene a todo el mundo revolucionado, ya no se circunscribe a un día en concreto, sino que se prolonga en muchos casos toda esa semana y en otros llega a convertirse en un mes, de modo que se produce una carrera frenética para ver quién vende más barato y en esa terna ya sabemos quienes son los perdedores.
Y los que pierden son los propios consumidores, aunque pueda resultar paradójico. De persistir en el tiempo esta competición para reducir los márgenes de beneficio en los productos que se ponen a la venta solo podrán continuar en la terna los más poderosos, los que tienen capacidad para comprar grandes cantidades y lograr rápeles imposibles para el comercio tradicional.
Ni que decir tiene que la resistencia podría mantenerse durante un tiempo determinado, pero llegaría un momento en el que la facturación sería insuficiente para cubrir las necesidades y esos emprendedores se verían obligados a echar el cierre de sus negocios, enterrando así toda una vida de trabajo e ilusión.
Entre eso, las rebajas perennes y la apertura indiscriminada que algunos pretenden para domingos y festivos sería la muerte del pequeño comercio, de ese que ilumina las calles en las oscuras tardes de invierno, el que barre las aceras cada día, el que se preocupa por la familia y la salud de cada cliente, el que admite devoluciones de un producto defectuoso y lo cambia por uno nuevo o el que da facilidades de pago con el único aval de la confianza en las personas.
Algunos sobrevivirán porque sabrán adaptarse a los nuevos tiempos, pero el paisaje que se prevé en nuestros pueblos y ciudades no será el de los escaparates iluminados mostrando sus tentaciones, sino que se convertirá en lúgrube y oscuro, plagado de cristales rotos por el impacto de alguna piedra y tapados con papel de periódico, además de acumular basura y abandono en el espacio que va desde una verja oxidada a una puerta con candado y cerrojo.
Particularmente no quiero vivir en un lugar así. Prefiero que el producto me cueste un pelín más, si es que fuese así, porque al final el ahorro que se pretende es mínimo, y sentir el orgullo de habitar en una ciudad dinámica en la que emprender no sea una condena a la ruina económica y en la que el comercio local sea parte activa de la organización de actividades, implicándose en la sociedad y siendo socios de primera de todo tipo de clubes y entidades.
No quiero perder eso y por ello no seré cómplice del viernes negro. Quiero luz y diversidad.

Luz y diversidad

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