Mensaje real

Suele ser norma fiable de valoración el cotejar un discurso o actuación pública con las reacciones, incluso físicas, habidas al respecto. El contento, por ejemplo, de los líderes independentistas que se asomaron a las televisiones una vez concluida la cumbre bilateral del día 21 en Barcelona, era prueba evidente de que se habían salido con la suya y de que el presidente Sánchez se había allanado ante las exigencias de Torra y compañía. Dijera lo que dijera el mendaz comunicado final de la reunión, la foto conjunta de “los seis de Pedralbes” les bastaba. Era lo que querían: dar fe pública de una bilateralidad reconocida.

Con los mensajes institucionales del rey suele pasar un poco lo mismo. La primera valoración de sus comparecencias se puede hacer observando reacciones: si a los separatistas les ha decepcionado, como ha sido el caso del navideño último, es que estos no han escuchado lo que querían y que, por tanto, fue un discurso  bueno.

Bueno sin más, añadiría yo. O si se prefiere, realista. Porque resulta comprensible que en las circunstancias actuales el jefe del Estado mida mucho sus palabras para evitar más enconamientos. Y con mayor razón si el texto hubo de pasar previamente por Moncloa como es usual. Vino a ser un poco como el pronunciado con ocasión de los cuarenta años de las Constitución, en el que sugirió más que reafirmó muchas cosas.  

En todo caso, aun habiendo esquivado expresamente el problema catalán, no faltaron mensajes claros para el independentismo. Porque a Cataluña aludía cuando hasta cinco veces habló de convivencia. Y en aquella comunidad pensaba, sin duda, cuando proclamó la necesidad de “cuidar y reforzar los profundos vínculos que nos unen y que siempre nos deben unir a todos los españoles”. O cuando se refirió a las reglas que, siendo de todos, deben ser “respetadas por todos”. E incluso a la reforma de la Constitución, que no es –dijo– una “realidad inerte”. 

Nada que ver con el discurso del 3 de octubre último; esto es, dos jornadas después del disparatado e ilegal referéndum de independencia, al que por inexplicables razones hasta sectores no propios siguen prestando credibilidad. Las circunstancias eran otras y de mucho mayor alcance. En realidad, en aquel mensaje el jefe del Estado no dijo nada sustancialmente novedoso que no hubieran manifestado ya los líderes constitucionalistas, presidente del Gobierno incluido.

Pero la contundencia con que lo hizo y la condena tajante de lo sucedido en aquellos “muy graves momentos” para la vida democrática de España, bien mereció el calificativo de histórico. El que, por otra parte, no hiciera mención alguna al diálogo y a otras matracas independentistas provocó la ruptura de los soberanistas con la Jefatura del Estado, con la Monarquía y con la propia persona del rey. 

Y ahí siguen. El mensaje de Nochebuena no acortó distancias.

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