Juan Manuel Villar Villar repite apellido y profesión familiar. Recientemente sopló las 80 velas y es el número 1.610 del Colegio de Ópticos de España –la primera promoción– pero en Cambados es conocido por ser el continuador de la saga de la Joyería-Óptica Villar, la más antiguo de su especie en la localidad, con 133 años de existencia. Es el representante de la tercera generación y hace años que pasó el relevo a sus hijos, Carlos y Santiago. Juntos recibían ayer el reconocimiento de la Dirección Xeral de Comercio en su campaña a “Semana do teu comercio” que reconoce trayectorias destacadas del sector gallego.
Mucho han cambiado las cosas desde que su abuelo, Gerardo Villar Sangenís, un aprendiz de joyería y montaje óptico de Santiago de Compostela, se trasladó a Cambados por amor y abrió su negocio en la Praza de Fefiñáns. Su padre, Santiago Villar Bahamonde, prosiguió con el oficio ya en la calle Infantas –en un edificio hoy desaparecido– hasta que se trasladaron a la Praza de Ramón Cabanillas, ya con José Manuel al frente. “En mi época lo que más se vendía era el oro pero hoy está caro y se solicita más la plata; y las gafas siempre se vendieron. Los cristales casi se hacían a mano, existían biconvexos y bicóncavos –hoy en día son esféricos– se cortaban a medida y luego se canteaban para adaptarlos a la gafa”, relató ayer.
En los tiempos del primer Villar el trabajo era aún más arduo, tanto que “valdrían 40 veces más que unas gafas de hoy. Era pura artesanía”, añadió. Cuando el segundo tomó las riendas, el uso de lentes graduadas era escaso. “En Cambados podría haber cinco usuarios de lentes de lejos, las de cerca, de lectura, se vendían en los mercados. Los ambulantes te ponían un periódico delante y una lente con una dioptría e iban aumentándola hasta que veías bien”, explicó.
De ellos aprendió el oficio –no existía carrera universitaria de óptica– y se presentó a las estrictas pruebas del recién fundado Colegio Oficial de Ópticos. Fue allá por los años 60 y aunque hoy está retirado, vivir encima del negocio le hace seguir muy ligado a él, además de que sus hijos aprovechan su experiencia, uno desde la relojería y otro desde el taller de joyería. Sobre la quinta generación ya no tiene tanta esperanza. Tiene cuatro nietos y no siente que tengan excesivo interés pero, bueno, “aún son muy jóvenes”, declaró.
Espera que el legado prosiga por muchos años más y por lo menos como hasta ahora pues tampoco son ajenos a la crisis y a los peligros de un sector como el de la joyería aunque, afortunadamente, solo recuerda un robo importante, cuando no tenían cristales blindados y con un saldo, cuanto menos, asumible: unos cinco relojes.
Muchos de sus clientes lo son de toda la vida y por el taller han pasado elaboraciones artesanales muy especiales como recuerdos realizados para el embajador de Estados Unidos o un secretario de Estado, también americano. Además, de su minucioso trabajo y dedicación nacieron los emblemas de plata de las Donas y Cabaleiros de la Orde do Albariño, así como la hoja de plata, emblema de la celebración. No obstante, su trabajo más vistoso fue el montaje del reloj de Casa Consistorial, hecho también por esta saga.